La Ilíada latina. Diario de la guerra de Troya. Historia de la destrucción de Troya by Dictis Cretense & Dares Frigio

La Ilíada latina. Diario de la guerra de Troya. Historia de la destrucción de Troya by Dictis Cretense & Dares Frigio

autor:Dictis Cretense & Dares Frigio [Dictis Cretense & Dares Frigio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 0350-01-01T00:00:00+00:00


LIBRO IV

Pero al hacerse público entre los troyanos que el rey, 1 tras haber logrado su objetivo, regresaba ileso y con su séquito a salvo, llenos de admiración y profiriendo elogios, ponen por las nubes la piedad de Grecia, pues había arraigado muy hondo en su alma la convicción de que no había esperanza alguna de conseguir el cadáver y de que él y los que le habían acompañado iban a ser retenidos por los griegos, sobre todo porque tendrían presente la no devolución de Helena. Por otra parte, al ver el cadáver de Héctor, todos los ciudadanos y aliados corren a contemplarlo y empiezan a llorar, arrancándose los cabellos y desfigurándose el rostro con arañazos, y ninguno en tan nutrida muchedumbre de gentes se atrevía a tener confianza en valor o en esperanza alguna, una vez muerto aquél, cuya fama de acciones guerreras era conocida entre los pueblos, siéndolo también su honestidad en tiempos de paz; por ella había conseguido una gloria no menor que por sus restantes cualidades. Entretanto lo sepultaron no lejos de la tumba de Ilo, rey de antaño[175]. A continuación, alzándose un grandísimo griterío, hacen al cadáver los últimos honores, llorando por una parte las mujeres junto con Hécuba, llamándolo en voz alta[176] los hombres de Troya, por otra, y, por último, los grupos de aliados. Esto es lo que hicieron los troyanos desde el alba hasta el atardecer —pues se les había concedido una tregua en la guerra por diez días— sin que se omitiera ninguno de los ritos fúnebres.

2 Entretanto, por aquellos mismos días, Pentesilea, de quien antes hicimos mención, llegó con un numeroso grupo de Amazonas y con otros pueblos de su vecindad. Y tan pronto como tuvo ella noticia de que Héctor había sido asesinado, compungida por su muerte y deseando volverse a su patria, pero atraída finalmente por Alejandro con gran cantidad de oro y plata, había decidido aguardar allí mismo. Después, cuando habían transcurrido algunos días, forma a sus tropas armadas. Y sin ayuda de los troyanos, se encamina por sí sola a la lucha, confiada no más que en sus guerreros: en el ala derecha forma a los arqueros, en la otra a los de a pie; a los jinetes los coloca en el centro y entre ellos marcha también ella. A su vez, por nuestra parte, se corrió al combate según la siguiente distribución: contra los arqueros iban a enfrentarse Menelao y Ulises, y Meríones junto con Teucro; contra los de a pie, los dos Áyax, Diomedes, Agamenón, Tlepólemo y Ascálafo junto con Yálmeno; contra los jinetes lucharían Aquiles y los restantes caudillos. Organizado de este modo el ejército de ambos bandos, chocaron entre sí los frentes. Muchos sucumbieron a las flechas de la reina; y también de ese modo hacía Teucro la guerra. Entretanto los dos Áyax y los infantes que estaban con ellos arremetieron contra los que se mantenían en pie, y empujaban a los demás con sus escudos; una vez derrotados, los degollaban. Y no se puso fin hasta que quedaron arrasadas las tropas de la infantería.



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