La hija del general by Nelson DeMille

La hija del general by Nelson DeMille

autor:Nelson DeMille [DeMille, Nelson]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1992-01-01T00:00:00+00:00


22

* * *

—¿Desayuno o Escuela de Operaciones Psicológicas? —preguntó Cynthia.

—Escuela, sin duda. Nos comeremos al coronel Moore como desayuno.

Cada casa de Bethany Hill tiene un cartel reglamentario, blanco con letras negras, sobre un poste, cerca del camino de entrada. Unas cinco casas más allá de la del coronel Fowler vi uno que decía: «Coronel y señora Kent». Se lo señalé a Cynthia.

—Me pregunto dónde vivirá Bill Kent el mes que viene —comenté.

—Espero que no sea en Leavenworth, Kansas. Me da pena.

—La gente fabrica su propia mala suerte.

—Ten un poco de compasión, Paul.

—De acuerdo. Teniendo en cuenta lo extendido de la corrupción en este lugar, habrá una proliferación de renuncias súbitas, retiros y traslados, tal vez algunos divorcios, pero, con suerte, ningún consejo de guerra por actos impropios de un oficial. En Leavenworth necesitarían toda una galería para alojar a los amantes de Ann Campbell. ¿Te lo puedes imaginar? Unas dos docenas de exoficiales sentados en sus celdas…

—Creo que has abandonado la ruta compasiva.

—Cierto. Lo siento.

Abandonamos Bethany Hill y nos mezclamos con el tráfico mañanero del área principal: vehículos particulares de oficiales y transportes de tropas, autobuses con colegiales, jeeps y coches del estado mayor, además de soldadas marchando o corriendo en formación; miles de hombres y mujeres desplazándose, parecido a, pero profundamente diferente de, cualquier ciudad pequeña a las ocho de la mañana. El servicio cuartelero en Estados Unidos en tiempos de paz es aburrido en el mejor de los casos; pero, en tiempos de guerra, un sitio como Fort Hadley es preferible al frente, aunque apenas.

—Algunas personas tienen problemas con la percepción del tiempo —comentó Cynthia—. Estuve a punto de creerme la secuencia de los acontecimientos según el coronel Fowler, aunque, desde el punto de vista temporal, el margen era ínfimo.

—De hecho, creo que efectuó la llamada mucho antes.

—Pero piensa en lo que estás diciendo, Paul.

—Digo que supo que estaba muerta con anterioridad, pero tuvo que efectuar la llamada para establecer que él creía que estaba viva y que llegaba tarde a su cita. Lo que no suponía es que estaríamos en la casa de la difunta tan temprano.

—Ésa es una de las explicaciones, pero ¿cómo supo que estaba muerta?

—Sólo hay tres posibilidades: alguien se lo dijo, él descubrió el cuerpo o él la mató.

—Él no la mató —contestó Cynthia.

—Ese individuo te gusta —dije, echándole un vistazo.

—Así es. Pero, además, no es un asesino.

—Todos somos asesinos, Cynthia.

—No es verdad.

—Bien, pero puedes percibir su motivación.

—Sí. Consistiría en proteger al general y deshacerse de una fuente de corrupción en la base.

—Ése es el tipo de motivo altruista que en un hombre como el coronel Fowler podría desencadenar un asesinato. Pero también podría tener un motivo más personal.

—Tal vez. —Cynthia giró sobre el camino que conducía a la Escuela de Operaciones Psicológicas.

—Si no tuviésemos al coronel Moore cogido por los pendejos, colocaría al coronel Fowler cerca de la cabeza de lista, fundándome sólo en aquella llamada telefónica, sin hablar de la expresión de la cara de la señora Fowler.

—Tal vez. ¿Hasta dónde llegamos con Moore? —preguntó.



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