La hija del capitán by Aleksandr S. Pushkin

La hija del capitán by Aleksandr S. Pushkin

autor:Aleksandr S. Pushkin [Pushkin, Aleksandr S.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1836-09-13T00:00:00+00:00


A lo que el zar responderá:

¡Oh campesino valeroso, gloria a ti

porque has sabido robar y acertado a contestar!

Te daré, por tanto, por palacio

dos estacas y un madero

para que los levantes en el campo.

Imposible describir la impresión que me produjo esta sencilla canción sobre la horca, cantada por unos hombres que estaban condenados a terminar en ella. Las caras severas, las voces afinadas y el tono lúgubre que daban a las palabras, ya de por sí expresivas, me hicieron estremecer con un especie de horror poético.

Los invitados tomaron otro vaso de vino, se levantaron de la mesa y se despidieron de Pugachov. Quise seguirlos, pero Pugachov me ordenó:

—Quédate; quiero hablar contigo.

Nos quedamos cara a cara.

Nuestro silencio mutuo duró varios minutos. Pugachov me miraba atentamente, entornando de vez en cuando el ojo izquierdo con un curioso aire de astucia e ironía. Por fin se echó a reír con una alegría tan natural, que, al verle, sin saber por qué, me puse a reír yo también.

—¿Qué, señor? —me dijo—. Confiesa que te asustaste cuando mis muchachos te echaron la soga al cuello. ¿A que el cielo se te juntó con la tierra? Pues, no fuera por tu criado, estarías meciéndote en la horca. Conocí en seguida al vejestorio. Y ahora dime, señoría: ¿pensaste entonces que el hombre que te llevó hasta el umet era el mismo soberano?, —⁠al decir esto adoptó un aire importante y misterioso⁠—. Eres culpable —⁠continuó⁠—, pero te he perdonado por tu bondad, porque me hiciste un favor cuando yo estaba obligado a ocultarme de mis enemigos. Pero esto no es más que el comienzo. ¡Ya verás lo que hago por ti cuando tenga todo el reino en mis manos! ¿Prometes servirme fielmente?

La pregunta del impostor y su audacia me parecieron divertidas y no pude evitar una sonrisa.

—¿De qué te ríes? —preguntó frunciendo el entrecejo⁠—. ¿O no crees que soy el gran soberano? Contéstame la verdad.

La pregunta me desconcertó. No podía reconocer como soberano a un usurpador: me parecía una cobardía imperdonable. Llamarle en la cara impostor era condenarme a muerte; y aquello a lo que estuve dispuesto junto a la horca, delante de todo el mundo y en el primer arrebato de indignación, ahora me parecía una presunción inútil. Estaba indeciso, Pugachov esperaba la respuesta con aire sombrío. Por fin (todavía recuerdo ese momento con satisfacción), el sentido del deber triunfó sobre la debilidad humana. Contesté a Pugachov.

—Te voy a decir toda la verdad. Piénsalo tú mismo: ¿cómo puedo admitir que seas el emperador? Eres un hombre inteligente: tú mismo comprendes que te estaría mintiendo.

—Entonces, ¿quién crees que soy?

—¡Sabe Dios! Pero, sea quien fueres, estás jugando un juego peligroso.

Pugachov me echó una rápida mirada.

—Entonces —me dijo—, ¿no crees que soy el emperador Piotr Fédorovich? Bueno, pero ¿es que el valiente no tiene suerte? ¿Es que en tiempos no reinó Grishka Otrépiev[32]? Piensa de mí lo que quieras, pero no te apartes de nosotros. ¿Qué te importa todo lo demás? Se puede ser alguien sin ser pope. Sírveme con lealtad y fidelidad y te haré mariscal de campo y príncipe.



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