La formación de una marquesa by Frances Hodgson Burnett

La formación de una marquesa by Frances Hodgson Burnett

autor:Frances Hodgson Burnett [Hodgson Burnett, Frances]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1900-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo VI

Cuando lord Walderhurt zarpó hacia la India, su esposa empezó a poner orden en su vida diaria tal como él imaginaba. Antes de partir, Emily recibió por primera vez en el salón y pasó algunas semanas en la mansión londinense, donde organizaron varias cenas imponentes y muy formales, más notables por su dignidad y buen gusto que por su animación. Los deberes de la vida social en la ciudad habrían sido para ella insoportables sin su marido. Vestida por Jane Cupp con pasión y fervor, de su delgada cintura caían elegantes pliegues, su cuello estaba adornado con diamantes y su cabello con una tiara o estrella grande. Estaba soberbia cuando se sentía respaldada por la bien llevada madurez de Walderhurst y la naturalidad con que se desenvolvía en esos actos. Con él disfrutaba hasta del frío esplendor de una recepción; sin él se habría sentido a disgusto. Palstrey ya no era una novedad y ella misma empezaba a darse cuenta de que pertenecía ya al mundo del marqués. Se estaba acostumbrando a cuanto la rodeaba y lo disfrutaba muchísimo. Sus afectos, que nacían con tanta facilidad, se nutrían de la atmósfera patriarcal de la vida del pueblo. La mayoría de los aldeanos de Palstrey saludaban a los Walderhurst con una reverencia y llevaban toda la vida rindiéndoles pleitesía. A Emily le gustaba recordar esta circunstancia y de inmediato cobró aprecio por la gente sencilla, que parecía tener una relación muy estrecha con el hombre a quien veneraba.

Walderhurst no tenía la más remota idea de lo que esta veneración representaba. Ni siquiera adivinaba su existencia. Era consciente del ingenuo respeto de su esposa y de la fe que depositaba en él, y ella le complacía del modo más natural. Además, no se le escapaba que, de haber sido una mujer más brillante, también habría sido más exigente y menos impresionable. Si hubiera sido tonta o torpe, la habría detestado y se habría arrepentido amargamente de haberse casado. Pero no era más que inocencia, gratitud y admiración, y estas virtudes, sumadas al atractivo, una magnífica salud y unos buenos modales, convertían a una mujer en algo que él apreciaba inmensamente. Estaba realmente atractiva el día de la despedida, ruborizada por la emoción y rebosante de ternura, y con un brillo húmedo en los ojos. Fue, además, realmente conmovedor ver cómo su fuerte mano apretaba la suya en el último momento.

—Lo único que deseo —le había dicho—. Lo único que deseo es tener algo que hacer por ti cuando estés fuera, algo que tú me encargues y quieras que haga.

—Cuídate y disfruta —había respondido él—. Es lo que más me puede complacer.

La naturaleza no había dotado al marqués de imaginación suficiente para sospechar que su esposa, al regresar a casa, se pasaría la mañana en sus habitaciones, ordenando sus cosas personalmente por el mero placer de tocar las prendas que él había llevado, los libros que había hojeado o los cojines donde había reposado la cabeza. De hecho, Emily le había dicho



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