La flecha de Poseidón (Dirk Pitt 22) by Clive Cussler & Dirk Cussler

La flecha de Poseidón (Dirk Pitt 22) by Clive Cussler & Dirk Cussler

autor:Clive Cussler & Dirk Cussler [Cussler, Clive & Cussler, Dirk]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fiction, General, Social Science, Conspiracy Theories, Mystery & Detective, Historical, Thrillers, Suspense
ISBN: 9788401343124
Google: 8u4EAwAAQBAJ
editor: Penguin Random House Grupo Editorial
publicado: 2014-04-02T22:00:00+00:00


39

El presidente hizo rodar entre el pulgar y el índice un puro apagado.

—¿Por qué? —preguntó con tono de irritación—. ¿Qué sentido tiene que los chinos interrumpan de golpe todas las exportaciones de elementos de tierras raras?

Un silencio incómodo llenó el Despacho Oval.

—Lo único que se me ocurre es que lo hagan para presionar —dijo el secretario de Estado—, para usarlo como moneda de cambio y neutralizar nuestras presiones contra su apoyo al comercio con Irán, o contra su negativa a flotar el yuan.

—¿Te lo han dicho ellos?

—No, el Ministerio de Asuntos Exteriores solo ha indicado que es por «necesidad estratégica».

—Sí, claro —intervino el vicepresidente Sandecker—, la necesidad de torpedear nuestra economía.

Aficionado como era también a los puros, miró con envidia el del presidente.

—Es un movimiento muy atrevido —dijo el secretario de Estado—. Lo previsible, a mi entender, hubiera sido que insinuasen algún tipo de negociación sobre el tema, pero los chinos no sueltan prenda.

El presidente se giró hacia su asesora de Seguridad Nacional, una tal Dietrich, de cabello muy oscuro.

—¿Cuánto nos perjudicará?

—Casi todas nuestras importaciones de tierras raras vienen de China —dijo ella—. Comercialmente arrasará más de un sector, en especial la electrónica y las energías alternativas. Afectará prácticamente a todos los sectores de alta tecnología del país.

—¿Solo subirán los precios o pasará algo más? —preguntó Tom Cerny.

—Que se disparen los precios será solo el primer impacto. Mientras no se puedan encontrar alternativas habrá escasez en los productos, o simplemente no podrán conseguirse. Pase lo que pase, desaparecerá la demanda, y con ella muchos trabajos. No es impensable que provoque una grave recesión.

—¿Alguna otra fuente de tierras raras? —preguntó el presidente—. Sé que tenemos una mina en California. Decidme que no lo copan todo los chinos.

—La mina de Mountain Pass llevaba pocos años en funcionamiento, y estaba empezando a intensificar su producción —dijo Dietrich—, pero hace poco un incendio destruyó el complejo de extracción, y ahora la mina está cerrada a todos los efectos por un período indeterminado que probablemente sea de dos años. Era nuestra única fuente interna.

—¿Alguien ha investigado la causa del incendio? —preguntó Sandecker.

—Se consideraba accidental, pero ahora los dueños han llamado al FBI para averiguar si pudo ser intencionado.

—¿Y otras fuentes extranjeras de tierras raras? —preguntó el presidente.

—Bueno, la verdad es que hay una pequeña parte de nuestras importaciones que no procede de China —dijo Dietrich—. El principal refuerzo venía siendo Australia, con otras cantidades más pequeñas de Rusia, India y Malasia, pero siento decirle que también en este caso hay un problema: el principal productor australiano ha anunciado el cierre temporal de la mina para someterla a un programa de expansión.

El presidente aplastó el puro en un cenicero.

—¿O sea, que no nos queda otra que poner al mal tiempo buena cara mientras se frena nuestra economía?

Dietrich asintió, cariacontecida.

—Me temo que controlamos poco o nada la situación del suministro.

—Y eso solo es la mitad —añadió Sandecker—. La escasez supone un golpe bastante duro a varias de nuestras tecnologías claves de defensa.

—El vicepresidente tiene razón —afirmó Dietrich.

—¿En qué nos afecta? —preguntó el presidente.



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