La Espada De Los Elbos by Wolfgang Hohlbein

La Espada De Los Elbos by Wolfgang Hohlbein

autor:Wolfgang Hohlbein
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Caballeros
publicado: 2010-01-04T08:30:17+00:00


* * 17 * *

Quizá la mayor suerte que tuvo en la vida es que no volvió en sí hasta que Sir Braiden lo puso sobre la gran mesa de la posada, tras haber apartado con gran precipitación todos los cacharros que había en su superficie. En un primer momento no supo dónde se hallaba, qué había ocurrido ni cuál era el motivo del gran dolor que sentía en la mano izquierda, pero de pronto tuvo aquella sensación de peligro que ya había experimentado en anteriores ocasiones y abrió los ojos desmesuradamente.

Un segundo después, habría sido tarde.

Braiden ya le había quitado el casco y manipulaba con dificultad las ligaduras de su coraza. Si hubiera tenido diez dedos en vez de cinco, haría rato que se la habría desabrochado y lo más seguro es que hubiera reconocido quién se ocultaba tras la armadura de plata.

El pensamiento otorgó a Lancelot la fuerza definitiva para sentarse y empujar con un gesto de enojo la mano de Sir Braiden hacia un lado.

--Dejadlo --dijo.

Braiden dio un paso hacia atrás y frunció el ceño contrariado.

--¿Os habéis vuelto loco? --preguntó--. ¡Sólo quiero ayudaros!

--No tengo nada en contra --Lancelot levantó la mano izquierda, que seguía sangrando tan abundantemente que había dejado un charco sobre la mesa--. Pero como veis, lo que tengo herido es la mano, no mi ombligo.

Aquella salida de tono enfadó a Braiden de verdad.

--No sois vos quien debe… --empezó, pero Lancelot lo interrumpió inmediatamente.

--Yo creo que sí --dijo--. Id a buscar agua y vendas, os lo ruego. Me duele mucho.

Por unos segundos Braiden lo fulminó con la mirada, como si estuviera pensando en la conveniencia de dejar al terco caballero a solas con su destino; sin embargo, se dio media vuelta y le dijo a alguien que estaba fuera del ángulo de visión de Lancelot:

--¡Ya lo habéis oído! ¡Rápido!

Lancelot tuvo que hacer de tripas corazón para mirarse la mano herida. La lesión no era tan grave como temía: en la palma se abría un profundo corte, pero el hueso estaba intacto y el caballero pudo cerrar los dedos formando un puño, a pesar de que el dolor se acrecentó con el movimiento. La herida sanaría. Podría mover la mano. Aquello era lo único que le importaba en ese momento.

Sir Braiden lo observaba con mirada sombría, pero se mantuvo callado, claramente ofendido, hasta que regresó el posadero con una jofaina de agua y unos paños limpios. El hombre fue a agarrar la mano de Lancelot, pero Braiden lo apartó con rudeza hacia un lado y se ocupó él mismo de la herida. Lancelot no tenía la menor duda de que el caballero de la Tabla sabría muy bien lo que hacer, pues tenía gran experiencia en la materia. Pero no iba a poner especial atención en hacerle más o menos daño. A pesar de ello, dejó que se pusiera manos a la obra sin quejarse.

Cuando Braiden prácticamente estaba terminando de transformar la mano del herido en un informe envoltorio de vendas ensangrentadas, se abrió la puerta de golpe y Perceval entró en el comedor como una exhalación.



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