La Esfera de Kandra by Morgan Rice

La Esfera de Kandra by Morgan Rice

autor:Morgan Rice [RICE, MORGAN]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Morgan Rice
publicado: 2019-05-10T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VEINTICUATRO

Oliver todavía no podía casi creer que había estado delante de Sir Isaac Newton. Pero también sabía que debía concentrarse en encontrar la misteriosa escuela oculta.

Levantó el catalejo y miró a través de él en la dirección en la que originalmente había visto la luz en el horizonte. Todavía estaba allí, una explosión de rayos de color azul verdoso.

—Es por aquí —dijo Oliver, señalando.

Él, Ester y Ralph se dirigieron hacia las concurridas calles.

Empezaba a llover cuando ellos se dispusieron a caminar por las estrechas calles del Londres de la década de 1690. Era extremadamente ruidosa y el aire estaba lleno del olor de basura, metal ardiente y excrementos y orina de caballo. Oliver apenas podía creer que más de un tercio de la población había fallecido recientemente, teniendo en cuenta lo abarrotada que aún estaba la ciudad. Antes debió ser incluso peor, aunque Oliver no podía imaginar cómo toda esa gente había cabido.

—¡VIGILAD! —les gritó una voz de repente por detrás.

Los tres amigos dieron un salto al lado justo a tiempo para que un jinete pasara galopando rápido. Las pezuñas de los caballos salpicaron dentro de los charcos, rociándolos a todos con agua de lluvia fría y excrementos.

Ester parecía consternada. Miró su repugnante ropa fijamente.

—Bueno, esto es genial.

Ralph hizo una mueca.

—¿Y ahora qué?

—Estamos justo al lado de una taberna —dijo Oliver, señalando un letrero en el que se leía «The Lion».

—Entremos a secarnos.

Entraron a la taberna. Estaba caliente, con una hoguera chisporroteante. Pero entraba muy poca luz por las ventanas, que al parecer estaban cubiertas con cortinas oscuras, que le daban un ambiente sórdido al lugar. La única luz venía de las pequeñas velas que había en cada mesa. También olía a humedad, como a cerveza y fiambres y estaba llena de mesas y clientes. Era evidente que a los hombres bebedores de Londres no les importaba mucho que fueran las primeras horas del día.

Cuando Oliver y sus amigos fueron hacia la chimenea, todas las miradas de la habitación los siguieron. Oliver tuvo la sensación de inmediato que venir aquí había sido una mala idea.

—Eh —gritó el tabernero con voz ronca. Estaba detrás de la barra limpiando vasos con un trapo—. Vosotros, ¿qué vais a beber?

A Oliver la pregunta lo cogió desprevenido. Era evidente que eran niños. ¡No estaban aquí para beber!

—Nada, gracias —tartamudeó—. Solo entramos para protegernos de la lluvia y secarnos.

—¿Para secaros? —dijo el tabernero enojado—. ¿Os parece que esta taberna es un paraguas? —Olfateó y claramente pilló una tufarada de los excrementos de caballo con los que los habían salpicado—. ¿Qué sois, vagabundos?

Oliver se echó hacia atrás, sintiendo que decididamente fue una mala idea entrar aquí. El resto de los clientes también los estaban mirando fijamente, ya que evidentemente allí no pintaban nada.

—Salgamos de aquí —dijo Ester.

—¡Eso mismo! —chilló el dueño—. ¡Largo!

Empezaron a retirarse hacia la puerta.

Justo entonces, un grupo de adolescentes que estaban sentados al lado de la ventana se levantaron. Les bloquearon la salida de la taberna. El más alto se puso delante de la pandilla.



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