La educación de un hada by Didier van Cauwelaert

La educación de un hada by Didier van Cauwelaert

autor:Didier van Cauwelaert
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
publicado: 2000-01-01T11:35:24+00:00


12

Ahí está, solo en medio del inmenso aparcamiento, bajo el letrero intermitente. Espera al volante de uno de esos breaks con forma de pera a los que llaman monovolúmenes. Mis tacones crujen sobre el asfalto, a toda prisa. Estoy tan poco acostumbrada a ponérmelos que seguro que mis andares de pato echan a perder todo el misterio que haya podido despertar en él; una toma todas las precauciones. Le he hecho esperar más de lo normal, pero de pronto me he dado cuenta de que me arriesgaba a perderme el principio de la película. He elegido un Kurosawa sublime que echan en la sala pequeña de los multicines Mantes. Ya la vi el domingo; éramos dos en la sala, la acomodadora y yo, y lloramos a coro. Cuando se levantó de la butaca había un charco en el suelo: se había olvidado de guardar los helados en el congelador. Al consultar la cartelera, ninguna película me parecía tan poco recomendable para un responsable adjunto de logística como aquélla. Golpeo el cristal de la ventanilla. Baja el diario, abre la puerta y sale del coche, visiblemente animado; algo contrariado por la espera, pero alentado porque el objetivo está cerca. Echo un vistazo a la sillita para bebés instalada en el asiento de atrás del vehículo. Al menos podría haberla quitado. A lo mejor no es más que una precaución, su manera de ser honesto: pone las cartas boca arriba, deja bien clara su condición de padre de familia para fijar los límites del juego. Me ha seguido la mirada.

–Es el coche de mi mujer -me dice-, pero ya hace tiempo que no hay nada entre nosotros.

Ha sido directo, eso está bien. Vuelve a sentarse al volante para abrirme la puerta desde dentro, todo un caballero. Acaramelado, me pregunta que qué película he elegido.

–Una de las mejores de Kurosawa.

–¿Hay acción?

–¿En qué sentido?

Me estudia como si mirara un artículo sin código de barras en la estantería del supermercado.

–En el sentido de la acción.

De pronto me sonríe, indulgente. Se acuerda de que soy extranjera y de que hay algunos matices que no comprendo.

–Quiero decir si es divertida.

Considero el adjetivo con una mueca cortés que no da pie a hacerse demasiadas ilusiones. Su manera provocadora de responder «mala suerte» no presagia nada que no me esperara.

–Ella sale por su cuenta -prosigue mientras arranca-. Mi mujer. Con sus amigas.

–¿Ah, sí?

–Hoy, por ejemplo, se han ido a París a ver una comedia musical -dice con un dejo de reproche en la voz.

Se sobrentiende: «Al menos ellas se divierten». Salimos del aparcamiento. El vigilante cierra la verja detrás de nosotros y saluda con un gesto de complicidad al donjuán del hipermercado.

–Así pues -ataca manoseándome la rodilla-, ¿qué te parece que nos veamos así, fuera del trabajo?

Encojo los hombros con un gesto de incertidumbre que viene a significar: «Ya veremos».

Retira la mano para cambiar de marcha y me la vuelve a poner en la rodilla.

–Así que tú vienes del sol. Al menos no tienes la pinta, y que conste que no soy racista, ¿eh? No te lo tomes a mal.



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