La derrota del pensamiento by Alain Finkielkraut

La derrota del pensamiento by Alain Finkielkraut

autor:Alain Finkielkraut [Finkielkraut, Alain]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2006-04-17T16:00:00+00:00


RAZA Y CULTURA

La identidad cultural tiene dos bestias negras: el individualismo y el cosmopolitismo. Escuchemos una vez más a Frantz Fanon: «La debilidad clásica, casi congénita de la conciencia nacional de los países subdesarrollados, no es únicamente la consecuencia de la mutilación del hombre colonizado por el régimen colonial. También es el resultado de la pereza de la burguesía nacional, de su indigencia, de la formación profundamente cosmopolita de su espíritu»[1].

Así pues, nada se ha ventilado con la independencia: a la amenaza de la disgregación interna se suma la de un retomo subrepticio del extranjero, y el Estado nacional, recién salido del limbo, debe luchar constantemente en dos frentes: necesita asegurar la fusión de las voluntades particulares mediante una censura vigilante, y librar de toda adulteración a la colectividad específica cuya carga soporta. «Todo lo que es extranjero, todo lo que se ha introducido sin razón profunda en la vida de un pueblo, se convierte para él en causa de enfermedad y debe ser extirpado si quiere seguir sano»[2] decían ya los románticos alemanes; de la misma manera, la identidad cultural sustituye la arrogancia colonial debida al miedo a la mezcla, por la obsesión de la pureza y la manía de la contaminación.

Respaldado por la universalidad de su civilización, situado por sus propios esfuerzos en el centro de la historia, el hombre blanco despreciaba a los pueblos arcaicos, vegetando en su particularismo. Deslumbrado por su particularidad reconquistada, el nacionalista del Tercer Mundo lo defiende de la corrupción exterior: el extranjero es recusado porque es otro, no porque esté atrasado. Para decirlo crudamente: un racismo basado en la diferencia expulsa el racismo inigualitario de los antiguos colonos.

La palabra racismo, en efecto, es engañosa: reúne bajo una sola etiqueta dos comportamientos cuya génesis, lógica y motivaciones son completamente diferentes. El primero sitúa en una misma escala de valores el conjunto de las naciones que pueblan la tierra; el segundo proclama la inconmesurabilidad de las maneras de ser; el primero jerarquiza las mentalidades, el segundo pulveriza la unidad del género humano; el primero convierte cualquier diferencia en inferioridad, el segundo afirma el carácter absoluto, insuperable, incontrovertible de las diferencias; el primero clasifica, el segundo separa; para el primero, no se puede ser persa, a los ojos del segundo, no se puede ser hombre, pues entre el persa y el europeo no existe una común medida humana; el primero declara que la civilización es una, el segundo que las etnias son múltiples e incomparables. Si el colonialismo es la culminación del primero, el segundo culmina en el hitlerismo[3].

Ahora vemos con mayor claridad el vicio fundamental de la filosofía de la descolonización: ha confundido dos fenómenos históricos diferentes; ha hecho del nazismo una variante para uso interno del racismo occidental y sólo ha percibido en ese episodio la aplicación a Europa «de los procedimientos colonialistas que sólo recibían hasta ahora los árabes de Argelia, los coolies de la India y los negros de África»[4]. Resultado: ha combatido los errores del etnocentrismo con las armas del



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