La democracia ahogada by Pío Moa

La democracia ahogada by Pío Moa

autor:Pío Moa [Moa, Pío]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2009-01-01T05:00:00+00:00


El asesinato del guardia civil, gratuito, sórdido y sin asomo de épica, realizado por un estudiante semidrogado, tuvo verdadero carácter inaugural. Hasta entonces la ETA era un grupo sin demasiada importancia, molesto para el gobierno, aunque mucho menos que el PCE, que organizaba frecuentes huelgas en Vascongadas. En adelante se convertiría, junto con los comunistas —y habiendo evolucionado ella misma hacia el comunismo—, en el enemigo principal del régimen […]. La oposición, empezando por el PNV en el exterior, clamó con redoblada energía contra el «terror de Estado», acusando a éste de las acciones de la ETA, cuando había sido exactamente al revés: eran los atentados etarras lo que causaba una represión hasta entonces muy escasa. Se desataba la espiral diabólica de la acción-represión-acción, así como la simpatía y colaboración en ella de muy variados elementos, incluso de la derecha. Quizá nunca logró tales ganancias con tan poca inversión un grupo terrorista. Iba a obtener el apoyo, abierto o tácito, propagandístico o más que propagandístico, de casi toda la oposición española, del clero nacionalista vasco, de la opinión socialdemócrata europea, de las dictaduras argelina y cubana y, sobre todo, del gobierno francés, que le permitiría construir en Francia un santuario donde refugiarse y desde el cual planificar impunemente las acciones en España. Probablemente nunca un asesinato valió tales dividendos políticos a los asesinos.

¿Por qué este despliegue de simpatía de la oposición antifranquista a tales acciones y a sus autores? A primera vista resulta paradójico, porque solía proclamarse pacífica y por la repulsión natural que debiera provocar tal género de atentados y su doctrina subyacente, expuesta de modo franco por uno de sus ideólogos, Krutwig: «Engañar, obligar y matar no son actos únicamente deplorables, sino necesarios», y justificada «la eliminación de los enemigos virtuales o reales». Debía ejercerse «la intimidación y el terrorismo» contra los funcionarios, jueces, empleados de juzgados y sobre todo policías-«Es recomendable, siempre que se pueda, emplear el degüello de estos seres infrahumanos. No se debe tener para ellos otro sentimiento que el que se posee frente a las plagas que hay que exterminar». Y eliminarlos «por medio de la tortura», cuando ello fuera posible sin correr peligro. Luego, en la práctica se contentarían la mayoría de las veces con el tiro por la espalda, que entraña menos riesgos; pero tal era el contexto intencional. Por otra parte la ETA no disimulaba su carácter político: desde un principio se proclamó ante todo antiespañola, mucho más que antifranquista; y aspirante a implantar en Euskadi un régimen dictatorial del tipo del cubano o argelino, en modo alguno a la democracia.

La paradoja de esta simpatía es sólo aparente. Ante todo debe insistirse en el carácter en general antidemocrático de aquella oposición, y su muy escaso sentimiento español, ya denunciado por Azaña durante la Guerra Civil. Su propaganda solía encerrar una virulencia que casaba bien con el terrorismo, aunque no se atreviera a ponerlo en práctica, máxime después de la dura experiencia del maquis, la ETA hacía, en parte, lo que muchos antifranquistas deseaban.



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