La conspiración Van Gogh by Jim Madison Davis

La conspiración Van Gogh by Jim Madison Davis

autor:Jim Madison Davis
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policial, Novela
publicado: 2007-06-05T22:00:00+00:00


12

Los Expertos se Reúnen

P

or la tarde, Esther y Martin, un poco aturdidos aún por el desfase horario, tomaron un taxi al Rijksmuseum Vincent van Gogh. El guardia de la puerta del auditorio, que estaba en el sótano, hablaba inglés casi sin acento:

—Perdone, señor, pero esta es la entrada de la prensa.

Henson mostró sus credenciales y se acercó a él para que los demás no lo oyesen.

—La otra puerta está mucho menos abarrotada —dijo el guardia.

Henson se limitó a darle las gracias, tomó a Esther del codo y se zambulló en un mar de periodistas que se empujaban los unos a los otros. Fotógrafos de varias agencias internacionales de noticias se hacían sitio a codazos, mientras los cámaras lanzaban un torrente de insultos a los que no les dejaban ver el polémico autorretrato. En la pared del fondo se encendieron dos focos brillantes casi al mismo tiempo cuando un corresponsal japonés y otro de la CNN se dispusieron a informar a sus cadenas. Henson y Esther llegaron a una barrera de guardias del museo que les impedían cruzar, hasta que Antoine Joliette se bajó del estrado para indicar con el brazo que los dejasen pasar.

Joliette alargó la mano:

—Encantado de volver a verla, señorita Goren.

—Esperaré atrás —dijo ella.

—Tengo asientos reservados en la segunda fila. Insisto.

—Gracias —dijo Henson.

—Creo que habrá polémica —dijo Joliette, frotándose las manos con placer.

—¿De verdad? —dijo Henson.

Joliette les sonrió con complicidad.

—Donde hay dos expertos en arte, hay siete opiniones. C’est toujours comme ça!

—En Israel decimos: «Dos judíos, tres partidos políticos» —dijo Esther.

—¡Créame, querida, los expertos en arte son peores!

—¿Y cuando los expertos en arte son judíos?

—¡Ajá! —Joliette chasqueó los dedos ante aquella ocurrencia y reconoció a un hombre que entraba por una puerta lateral, con aspecto de catedrático, de pelo canoso revuelto y pajarita al cuello.

—Perdón, pero ese es Lord Hazelton.

Joliette se dirigió hacia él apresuradamente.

—Lo único que faltaría es que no se pusiesen de acuerdo en cuanto a su autenticidad —dijo Henson—. Entonces, nunca sabríamos su procedencia.

—Me voy a la parte de atrás —dijo Esther.

—Las cámaras no te enfocan a ti y, de todos modos, eres una agente de viajes, ¿recuerdas?

Lo miró, sorprendida por la seca dureza de su voz. Era fácil confundirse y menospreciarlo, como si fuese un norteamericano aniñado, siempre optimista.

Henson se ablandó y sonrió, tímido.

—Hoy eres mi chica —susurró—. Eso mejorará mi reputación. Considéralo como un acto de caridad por tu parte.

—Trato de ser caritativa —dijo ella.

—En cualquier caso, llamarás más la atención en la parte de atrás.

Ocuparon sus asientos mientras los expertos de la comisión se reunían en el estrado y se daban la mano. Dos de ellos se abrazaron como si llevasen mucho tiempo sin verse, mientras otro parecía esquivar a propósito todo contacto con sus colegas, examinando minuciosamente el orden del día con unas diminutas gafas de lectura. Entre el público, Esther distinguió al abogado de Jacob Minsky, que hablaba con otro hombre bien vestido, con nariz de halcón, que sería seguramente un abogado europeo. Esther contó hasta seis agentes de seguridad, vestidos de paisano, distribuidos por la difusa zona de separación entre el público y el estrado.



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