La clave está en rebeca by Ken Follett

La clave está en rebeca by Ken Follett

autor:Ken Follett [Follett, Ken]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2011-01-20T21:22:41+00:00


II

Sonja meditaba tristemente. Había alentado alguna esperanza de encontrar a Wolff cuando, hacia la madrugada, regresó a la casa flotante; pero el lugar estaba frío y desierto. No sabía qué pensar. Al principio, cuando la arrestaron, solo sintió rabia porque había huido dejándola a merced de los asesinos británicos. Al estar sola, siendo mujer y, en cierto modo, cómplice en el espionaje de Wolff, sintió terror por lo que pudieran hacerle. Pensó que él debía haberse quedado y haberla protegido. Luego se dio cuenta de que ese proceder no habría sido inteligente. Al abandonarla, Wolff había alejado de ella las sospechas. Era difícil aceptarlo, pero era por su bien. Sentada sola en el cuarto desnudo del Cuartel General, había cambiado el objeto de su ira, de Wolff a los británicos. Y cuando los desafió, se echaron atrás. En aquel momento, no estaba segura de que el hombre que la interrogaba fuese el comandante Vandam. Pero luego, cuando la dejaron en libertad, el funcionario dejó escapar el nombre. La confirmación la había deleitado. Sonrió de nuevo al pensar en el grotesco vendaje de la cara de Vandam. Wolff debía de haberle herido con el cuchillo. Debió matarlo. De todos modos, ¡qué gran noche, qué soberbia noche!

Se preguntó dónde estaría Wolff. Se habría ocultado en algún sitio, en la ciudad. Saldría cuando, a su juicio, no hubiera peligro. Ella no podía hacer nada. Pero le habría gustado que estuviera allí para compartir el triunfo.

Se puso el camisón. Sabía que debía acostarse, pero no tenía sueño. Quizá una copa la ayudara. Fue a buscar una botella de whisky, sirvió un poco en un vaso y le agregó agua. Lo estaba saboreando cuando oyó pasos en la pasarela. Sin pensar, llamó: –¿Achmed…?

Luego se dio cuenta de que no eran sus pasos. Estos eran demasiado ligeros y rápidos. Permaneció al pie de la escalera, en camisón, con el vaso en la mano. Se levantó la escotilla y asomó un rostro árabe dentro.

–¿Sonja?

–Sí…

–Creo que esperaba a otra persona.

El hombre bajó la escalera. Sonja lo observaba, pensando: «¿Y ahora qué?». Cuando llegó al suelo, el desconocido se quedó frente a ella. Era un hombre pequeño. De rostro agradable y movimientos rápidos y precisos. Llevaba ropas europeas: pantalones oscuros, zapatos negros lustrados y camisa blanca, de manga corta.

–Soy el inspector Kemel, y me honra conocerla.

Extendió la mano.

Sonja se dio la vuelta y se alejó, cruzó el cuarto hasta el diván y se sentó. Creía haber terminado con la policía. Ahora trataban de intervenir los egipcios. Se tranquilizó pensando que, al final, probablemente todo se arreglaría con un soborno. Tomó un sorbo de whisky mientras observaba a Kemel. Por fin dijo: –¿Qué es lo que quiere?

Kemel se sentó sin que lo invitaran.

–Me interesa su amigo, Alex Wolff.

–No es mi amigo.

Kemel pasó por alto la frase.

–Los británicos me han dicho dos cosas del señor Wolff: una, que acuchilló a un cabo en Assyut; segunda, que ha tratado de pasar billetes ingleses falsificados en un restaurante de El Cairo. La historia no deja de ser curiosa.



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