La Ciudad De Cristal by Orson Scott Card

La Ciudad De Cristal by Orson Scott Card

autor:Orson Scott Card
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Fantasía
publicado: 2011-02-15T23:00:00+00:00


10: Mizzippy

A Alvin le resultaba difícil escuchar la canción verde en aquel lugar. No era sólo por la falta de armonía de campo tras campo de algodón atendido por esclavos, que zumbaban un tono amargo y quejumbroso bajo las canciones de la vida. Era también que sus propios temores y preocupaciones le distraían, de modo que no podía escuchar la vida a su alrededor como necesitaba.

Dejar a Arturo a cargo de todo el trabajo de hacedor que aquel éxodo requería era peligroso; no dudaba del chico, simplemente, había muchas cosas que no sabía. No sólo sobre el trabajo de hacedor, sino sobre la vida, sobre cuáles podrían ser las consecuencias de cada acción. No es que Alvin fuera un experto, ni tampoco Margaret, pues incluso ella veía muchos caminos y no estaba segura de cuáles conducían a una buena meta. Pero él sabía más que Arturo Estuardo simplemente porque había vivido más años, ojo avizor.

Peor, la autoridad del campamento la ostentaban La Tía y, en menor grado, María de los Muertos y su madre. Había conocido a La Tía el día antes de cruzar el lago. Era una mujer acostumbrada a ser más poderosa que nadie que hubiese a su alrededor: ¿cómo aceptaría tratar con Arturo Estuardo cuando Alvin no estuviera allí para cuidar de él? Si por lo menos pudiera ver en el corazón de la gente… La Tía era intrépida, pero eso podía significar que no tenía ningún reparo o que no tenía conciencia.

Y María de los Muertos. Quedaba claro que estaba enamorada de Arturo Estuardo: la forma en que lo miraba, disfrutaba de su compañía, reía sus gracias. Naturalmente el muchacho nunca se daría cuenta, pues no estaba acostumbrado a la compañía de mujeres, y como María de los Muertos no era un flirteo ni una puta, le resultaría difícil reconocer las señales, al carecer de experiencia. Pero, ¿y si, en ausencia de Alvin, ella hacía algo para dejarlo claro después de todo? ¿Qué haría Arturo Estuardo, sin supervisión, en compañía de una mujer mucho más experimentada que él?

También estaba poco convencido de llevarse a los esclavos de las plantaciones donde se fueran deteniendo por el camino. Pero como dijo La Tía cuando le sugirió que tal vez no fuese conveniente hinchar su número: «¡Esto es una marcha de la libertad, amigo! ¿A quién vas a dejar atrás? ¿Esta gente necesita menos libertad? ¿Por qué somos los elegidos? ¡Son tan israelitas como nosotros!»

Israelitas. Naturalmente, todo el mundo comparaba aquel éxodo con el de Egipto, incluido el ahogamiento de algunos miembros del ejército del «faraón» cuando el puente se desmoronó. La niebla era la columna de humo. ¿Y en qué convertía eso a Alvin? ¿En Moisés? No era probable. Pero así era como lo veía mucha gente.

Pero no toda. Había muchísima ira en aquel grupo. Mucha gente que odiaba cualquier clase de autoridad, no sólo la de los españoles o los esclavistas. La ira del Viejo Bart, el mayordomo de la casa de los Cottoner: había tanta furia en su corazón, que Alvin se preguntó cómo había conseguido contenerla todos esos años.



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