La cazadora de Indiana Jones by Asun Balzola

La cazadora de Indiana Jones by Asun Balzola

autor:Asun Balzola [Balzola, Asun]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Infantil y juvenil, Relato
publicado: 1988-12-31T23:00:00+00:00


7

La casa del abuelo

La casa del abuelo se llama «Etxetxiki» y es realmente pequeña, pero muy bonita. Está cerca del raro de Biarritz, en un acantilado, a pico sobre el mar.

Por las mañanas bajo temprano y el abuelo me espera frente a una taza de té, muy oscuro y caliente, y charlamos y yo me pongo ciega de tostadas con mantequilla.

—¡Come con las mismas ganas que su hijo! ¿Verdad, don Julen? —dice la tata Felisa.

—Se le parece mucho. La que más.

Yo me inflo de satisfacción.

—Abuelo… ¡Cuéntame cosas…!

—¿Cómo qué?

—Aquella historia… Aquellos que naufragaron y se comieron…

—¡Pero si eso os lo conté hace años!

¡Ni sé cómo te acuerdas!

—¡Venga, abuelo…!

El abuelo se pone a contar, mientras yo le observo, entre mordisco y mordisco y taza de te y taza de te.

Tiene casi ochenta años, la cara mu y afilada y surcada de arrugas, los ojos muy azules y vivos y se apoya en una tachaba, que nunca abandona. Cuando habla, le da vueltas al bastón entre sus manos grandes y arrugadas.

—Pues esa historia que tú dices es la de Igoa Mendiluce. Esos señores se fueron a Filipinas y cuando hicieron algún dinero, no mucho, decidieron venirse para Europa en un barco de vela. Y ese barco tuvo el buen acuerdo o el malo de tumbar en el Atlántico y lo que quedó de la tripulación y de los pasajeros se metió en una balsa. Pero estaban casi en el punto más lejano posible de la costa; había poco para comer y no tenían agua. Iba pasando el tiempo y fueron perdiendo a unos y a otros hasta que a lo último sólo quedaron dos: Igoa y Mendiluce, y según la leyenda, estos señores se comieron al último compañero para sobrevivir.

A mi se me atraviesa la tostada. ¡Glup!

—Ahora, que lo que si es cierto es que habían hecho lo que solía llamarse un «pacto de suicidio»…

—¿Qué es eso, abuelo?

—Parece ser que habían decidido que si uno de los dos moría, el sobreviviente se suicidaría, supongo que para no comerse el uno al otro. Y cuando llegaron, por fin, a las costas de Inglaterra, pues resulta que allí tal cosa estaba penada con la muerte, porque el tal pacto se consideraba como una inducción al suicidio. De tal manera que, después de tantas vicisitudes, de poco pierden la vida por una ley.

»Después, consiguieron despistar el asunto y, con los años, llegaron a ser importantes; entonces eran muy jóvenes aún, se hizo banquero y el otro abrió una tienda de antigüedades en Londres, que existe todavía.

Han ido apareciendo los hermanos y el abuelo accede a contar más cuentos. Mamá se ríe y la tata le dice:

—¡Don Julen, cuando está con los nietos es como un crio!

—Pues a mediados del siglo pasado, mi padre venia hacia esta costa en un carguero de su naviera, con algunos amigos y familiares a bordo.

»Al entrar en la bahía de Vizcaya, porque ya entra en la bahía de Vizcaya el Finisterre, siempre gustaba de tirar unos cuantos aparejos para pescar bonito. Era la época del bonito.



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