La casa Rusia by John Le Carré

La casa Rusia by John Le Carré

autor:John Le Carré [Le Carré, John]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga, Policíaco
publicado: 1989-05-31T22:00:00+00:00


Capítulo 10

Un cielo bajo y algodonoso permanecía suspendido sobre los palacios importados, confiriéndoles un aire adusto en su disfraz. Sonaba una música de verano en los parques, pero el verano colgaba tras de las nubes, dejando una blanquecina niebla nórdica que temblaba engañosamente sobre los venecianos canales. Barley caminaba y, como siempre que estaba en Leningrado, tenía la sensación de ir paseando por otras ciudades, ahora Praga, ahora Viena, ahora un trozo de París o un rincón de Regent’s Park. Ninguna otra ciudad que él conociera ocultaba su pudor detrás de tantas fachadas hermosas ni hacía preguntas tan terribles con su sonrisa. ¿Quién rezaba en estas iglesias cerradas, irreal es? ¿Y al Dios de quién? ¿Cuántos cuerpos habían ahogado estos bellos canales o llevado flotando, helados, hasta el mar? ¿En qué otro lugar de la Tierra se ha construido a sí misma la barbarie monumentos tan bellos? Hasta las personas que pasaban por la calle, tan educadas, tan correctas, tan reservadas, parecían unidas entre sí por su monstruoso fingimiento. Y Barley, mientras vagaba y miraba a todas partes como cualquier turista —y contaba los minutos como cualquier espía—, sentía que él también formaba parte de su doblez.

Había estrechado la mano a un magnate americano que no era un magnate y compadecido con él a su esposa enferma, que no estaba enferma ni, probablemente, era su esposa.

Había dado instrucciones a un subordinado que no era subordinado suyo para que prestara auxilio en una emergencia que no existía.

Se estaba dirigiendo a una cita con un escritor que no era escritor pero que buscaba el martirio en una ciudad en la que podía encontrarse el martirio con toda facilidad aunque no lo anduviera uno buscando.

Estaba muerto de miedo y tenía una resaca que le duraba ya cuatro días.

Por fin era ciudadano de Leningrado.

Encontrándose en la Perspectiva Nevsky, se dio cuenta de que estaba buscando la cafetería habitualmente conocida como el «Saigón», un lugar para poetas, traficantes de drogas y especuladores, no para hijas de profesores. «Tu padre tiene razón —la oyó decir—. Siempre vencerá el sistema».

Tenía su propio plano de la ciudad, cortesía de Paddy, una edición alemana con texto en varios idiomas. Cy le había dado un ejemplar de Crimen y Castigo, una manoseada edición en rústica de Penguin con una traducción que le resultaba desesperante. Había puesto las dos cosas en una bolsa de plástico. Wicklow había insistido. No cualquier bolsa, sino esta bolsa, que anuncia algún horrible cigarrillo americano y puede ser reconocida a quinientos metros de distancia. Ahora, su única misión en la vida era seguir a Raskolnikov en su fatídico viaje para asesinar a la vieja dama, y por eso era por lo que estaba buscando un patio que diera al canal Grivoyedev. Se entraba por unas puertas de hierro, y un frondoso árbol daba sombra. Se internó lentamente en él, mirando su Penguin y luego, cautelosamente, a las sucias ventanas, como si esperase ver rezumar la sangre de la vieja usurera por la pintura amarillenta. Sólo ocasionalmente



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