La casa de Kyoko by Yukio Mishima

La casa de Kyoko by Yukio Mishima

autor:Yukio Mishima [Mishima, Yukio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1959-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Si Shunkichi ganaba, celebrarían un banquete, y si perdía, una celebración de consolación, de manera que en casa de Kyoko ya estaba todo preparado. A Masako ya la habían acostado hacía un rato. Como había una previsión de fuertes rachas de viento de quince metros por segundo, la chica de servicio se quedó en casa constantemente pendiente por lo que pudiera ocurrir. Soplaba el viento contras los ventanales del balcón del salón y entre las bisagras se reflejaba la sombra de las gotas oscuras de lluvia como impresas sobre una columna.

Kyoko les dijo que había dejado preparadas unas habitaciones por si acaso en la casa de estilo japonés contigua. Habría que decir que no era frecuente esta hospitalidad. Al parecer, era en previsión de que la lluvia y el viento arreciasen demasiado.

Pasadas las nueve, llegaron a la casa al este de Shinanomachi en el coche de Natsuo y el alquilado por Kyoko con los siete del grupo repartidos entre los vehículos. A la excitación por la victoria se sumaba la fuerza del viento y la lluvia; todos tenían las mejillas coloreadas y los ojos llorosos, y no acababan de tranquilizarse. Rodeando al boxeador, arropado por ellos, pasaron adentro como una avalancha. Querían brindar cuanto antes. Sin embargo, Shunkichi no cedió en su costumbre de tomar solo zumo de naranja. Como solía ocurrir siempre que ganaba, Shunkichi no sentía el menor cansancio. En la cabeza golpeada sentía buena circulación sanguínea, como encendida, además de un ligero pero agradable dolor.

Le pidieron a Shunkichi que hiciese el saludo del brindis. Le dio las gracias a Kyoko por el obsequio por su victoria. Todo el grupo se sorprendió de que hubiera tenido suficiente calma como para escuchar el anuncio cuando estaba en el ring. Seiichiro, desvergonzadamente, le preguntó a Shunkichi cuánto le había pagado por la victoria. Seiichiro dijo que le parecía suficiente la cifra de 10 000 yenes, pero tal vez no estarían de acuerdo las mujeres más dadas a los lujos, de más clase. Las chicas, aun sin decirlo, pensaban qué cifra pedirían ellas en dicha situación. Seiichiro enseguida se dio cuenta y dijo con ironía:

—Veo que tenéis prejuicios económicos. ¿Por qué no ha de bastar con diez mil yenes? Antiguamente bastaba con una barata tarjeta postal de reclutamiento para la guerra para comprar la sangre de un hombre; tradicionalmente siempre fue más barata la sangre de un hombre que el coste de pasar la noche con una mujer. Incluso una mujer noble, al oír el precio que le ponían a un hombre, lo comparaba con el valor de venta que imaginaba que tendría su cuerpo. Esto pasa porque os ponéis a vomitar opiniones como estas, comparando si esto es caro o aquello es barato. Más aún, no es que exista un precio propio por ser mujer.

—Tú siempre imaginándote cosas extrañas —dijo Mitsuko, enfadada, como sintiéndose señalada o aludida.

—Pues yo no recuerdo haberlo dicho con esa intención.

—Sin embargo, no hay más remedio que aceptarlo, pues no hay otro estándar de precio.



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