La caricia de la serpiente by Javier Gómez Molero

La caricia de la serpiente by Javier Gómez Molero

autor:Javier Gómez Molero [Gómez Molero, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-04-03T16:00:00+00:00


49

Roma, julio del año 55

La copa de medio litro de vino y agua helada no mitigaba el bochorno que desde una semana atrás caía sobre Roma. Ni tampoco el toldo de hiedra sobre el triclinium de piedra adosado al muro del peristilum. Las ramas de los arbolillos del jardín parecían pintadas y los pájaros, adormecidos, aguardaban una brizna de viento para reiniciar el vuelo. Había pasado la hora de la siesta, y Nerón, embutido en una túnica sin mangas de color claro, el pelo humedecido de nardo, paseaba sus ojos sobre el papiro que iba desenrollando con la mano derecha. Para facilitar la lectura se había colocado bajo la nuca dos cojines y las piernas las había cruzado una sobre otra. Llevaba un buen rato enfrascado en aquel tratado de su maestro, que al igual que los anteriores lo impulsaba a razonar y cuestionarse muchas cosas.

«La vida es lo suficientemente larga como para realizar las mayores empresas siempre que hagamos de ella buen uso. Pero cuando se desperdicia en la disipación y en la negligencia, cuando no se dedica a nada bueno, al llegar la inevitable última hora sentimos que se nos ha ido. Y no es que recibamos una corta vida, es que nosotros la acortamos, pues somos unos manirrotos. Igual que las riquezas, si caen en manos de un mal dueño, en poco desaparecen, pero confiadas a un buen administrador se acrecientan, así nuestra vida es muy larga para quien la dispone con sabiduría».

—¿Cómo puedes concentrarte con este calor? Y si estás leyendo alguna de mis obras, te compadezco. No es la compañía más adecuada para estas horas de la tarde. ¿No estarías mejor en las termas? —la voz procedente de la senda que llevaba hasta el triclinium de verano se quebró en una tos que parecía brotar de lo más hondo del pecho.

Nerón trasladó los ojos del papiro al caminillo cubierto por el emparrado. Por él asomaban la barba y los restos de cabello de Séneca, el autor de De brevitate vitae.

—Maestro, te quejas del ruido de las termas, de la molicie que allí reina, del desenfreno, de que la gente acude a ellas para el placer, no para satisfacer una necesidad. Y me las recomiendas —Nerón se sentía con energía para debatir con su maestro. Había dormido un par de horas, lo suficiente para hallarse de buen humor.

—Pero en un día como hoy son una necesidad. Hasta yo me daría un chapuzón. Pero en la piscina de agua fría —especificó Séneca.

El César se incorporó del lecho y le mostró el papiro que estaba leyendo.

—Nerón, tú serías el último a quien yo destinaría una obra acerca de la brevedad de la vida. A ti nunca te embargará la sensación de que los dioses te han concedido una vida corta y, aunque así fuera, aunque te murieses a mitad del camino asignado por los hados, ya has dejado huella para la eternidad. A tu edad nadie ha logrado lo que tú —Séneca se secó con la manga el sudor de la frente.



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