La cólera de Aníbal by Arturo Gonzalo Aizpiri

La cólera de Aníbal by Arturo Gonzalo Aizpiri

autor:Arturo Gonzalo Aizpiri [Gonzalo Aizpiri, Arturo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-06-11T16:00:00+00:00


* * *

La tarde se les consumió recorriendo legua y media por parameras desde las que se dominaba un horizonte de sierras oscuras y valles difuminados por veladuras de bruma y lluvia. Descendieron hasta el vado de un río encajado entre peñas y salieron después a un paraje sembrado de colinas, pedregales y dehesas de encinas. Llamó la atención de todos una gran escultura tallada en piedra, situado en un altozano muy visible desde el camino. Representaba a un toro que parecía tener la vista fija en el territorio del que venían.

—Ahora a esperar a los míos. El río es el límite entre tierra de carpetanos y de vetones; ahí está el verraco para que a nadie le pase por alto. Y una comitiva como esta —⁠dijo Maenomaro señalando con el pulgar hacia atrás por encima del hombro⁠— no pasa desapercibida. Estamos escasamente a una jornada de Manliana. No tardarán.

No tardaron. Poco después de reanudar la marcha al día siguiente, en una mañana gris y desapacible cargada de deseos de lluvia, un nutrido grupo de jinetes se acercó hacia ellos desde el norte. Pronto comprobaron que ni eran tantos como para causarles alarma ni tan pocos como para no hacer entender que otros muchos podrían seguirlos si fuera preciso.

—Ya está; sea cual sea nuestro destino viene a nuestro encuentro —⁠dijo Mimbro. Se sentía embargado por una extraña serenidad, como si durante el largo viaje desde Hélike hubiera ido dejando atrás sus duelos. Al fin y al cabo, en la caravana seguía palpitando la vida de su gente con esa digna determinación que tanto admiraba y, una vez cumplidos los ritos de la partida, el futuro había vuelto a existir, recuperando poco a poco su capacidad de alentar esperanza, por muy desesperada que fuera. «Viajar es bailar», solía decir el anciano Brigantio en Cirmo. Viajar es vivir.

También le había ayudado la compañía de Maeno, como había dado en llamar al vetón; su humor irónico e incondicional era un remedio infalible contra la melancolía y el exceso de seriedad. El viaje parecía haber proporcionado algún alivio incluso a Argonio, quien pasaba la mayor parte del tiempo caminado en silencio junto a la carreta, sin buscar otra cosa que la proximidad del betilo de Astarté, la compañía de los suyos y el efecto salvífico del ajetreo de los niños. Gé en especial mostraba hacia su tío esa atención afectuosa y con maneras de adulto que los niños con anchura de espíritu dedican a los más vulnerables de sus mayores, y no era raro verlos andar cogidos de la mano, cada uno sumido en sus pensamientos.

A Mimbro le gustaba sumarse a ellos en esos momentos, y siempre tenía la sensación de que era Gé quien los conducía. Pensaba entonces en lo que encontrarían al llegar al país de los vetones; si les darían la acogida que les habían anticipado Ulantio y Maeno; si su nuevo hogar terminaría por ocupar el espacio en su corazón que hasta ahora se habían disputado Hélike y Cirmo. Sabía



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