La biblioteca de almas by Ransom Riggs

La biblioteca de almas by Ransom Riggs

autor:Ransom Riggs [Riggs, Ransom]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Fantástico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2015-01-01T05:00:00+00:00


—¿Has oído eso, Xavier? —se dirigió a la rata—. Ve a por las llaves.

Dejó al roedor en el suelo y este se alejó correteando.

El presuntuoso luchador entró en la jaula y comenzó su combate con el hueco. Sacó una pequeña navaja que llevaba en el cinturón y adoptó una postura de ataque con las rodillas flexionadas, pero por lo demás, no parecía tener ganas de acelerar la pelea. Al contrario, estaba haciendo tiempo soltando una perorata con la bravuconería jactanciosa propia de un luchador profesional.

—¡Ven a por mí, bestia! ¡No te tengo miedo! ¡Te voy a cortar las lenguas en rodajitas para hacerme un cinturón con el que sujetarme los pantalones! ¡Me limpiaré los dientes con las uñas de tus pies y colgaré tu cabeza en mi pared!

El hueco lo miraba con aburrimiento.

El luchador se pasó la navaja por el antebrazo ostentosamente y levantó la herida en alto cuando la sangre empezó a fluir. El corte se cerró antes de que una sola gota tocara la tierra.

—¡Soy invencible! —gritó—. ¡No tengo miedo a nada!

De repente, el hueco hizo una finta en su dirección con un rugido, lo que le causó tal sobresalto al hombre que se le cayó la navaja y se tapó la cara con los brazos. Daba la sensación de que el hueco se había cansado de él.

La multitud estalló en ruidosas carcajadas, igual que nosotros, mientras el hombre, rojo de vergüenza, se agachaba para recoger su arma. Ahora el hueco corría hacia él con un tintineo de cadenas a su paso, las lenguas extendidas y enroscadas como puños cerrados.

El hombre se dio cuenta de que debía hacer frente al monstruo si quería preservar su dignidad, así que dio unos cuantos pasos navaja en mano. El hueco sacudió una de sus lenguas pintadas. El hombre le lanzó una cuchillada y acertó. El hueco emitió un chillido y replegó la lengua, para bufar luego como un gato rabioso.

—¡Así aprenderás a no atacar a don Fernando! —exclamó.

—El que no aprende es ese hombre —dije—. No es buena idea provocar a un hueco.

Parecía haber puesto al hueco a la defensiva. Este retrocedía mientras el otro se acercaba, siseando y agitando la navaja. Cuando el hueco no pudo retroceder más, de espaldas contra los barrotes de la jaula, el hombre levantó su arma.

—¡Prepárate a morir, engendro del demonio! —gritó, lanzándose a la carga.

Durante un momento me pregunté si debía intervenir para salvar al hueco, pero enseguida quedó claro que había tendido una trampa al hombre. Detrás de este, colgaba la cadena del hueco, quien la agarró y tiró de ella con violencia, de modo que don Fernando salió disparado hasta chocar de cabeza contra el poste de metal. Se oyó un clonc y cayó noqueado e inmóvil al suelo. Estaba fuera de combate.

Había sido tan fanfarrón que la multitud no pudo dejar de aplaudir.

Varios hombres, armados con antorchas y lanzas con la punta electrificada, entraron corriendo a la jaula y mantuvieron al hueco a distancia mientras sacaban a rastras al luchador inconsciente.

—¿A quién le toca? —gritó la mujer que hacía de árbitro.



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