La Bestia by A. E. Van Vogt

La Bestia by A. E. Van Vogt

autor:A. E. Van Vogt
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Ciencia Ficción
publicado: 1954-09-11T08:46:29+00:00


Pendrake comió y durmió, y volvió a comer y a dormir.

Se despertó de su tercer sueño con la comprensión de que no debía demorar ya más su visita a Gran Deforme.

Pero se quedó tendido durante unos minutos. No es que su dormitorio fuese particularmente confortable. La rutilante luz de las paredes era demasiado constante para los ojos humanos que necesitaban oscuridad en el reposo. La cama, aunque blanda, era cóncava. También lo eran las dos butacas sin respaldo. La puerta que comunicaba con la habitación-contigua tenía una altura de setenta centímetros, como la entrada de un iglú.

Hubo un ruido como de arrastrar los pies, una cabeza asomó a través del umbral, y serpeó al interior un hombre flaco y largo, incorporándose luego. Pendrake tardó un momento en reconocer a Chris Devlin, el hombre que había objetado contra su muerte.

— Estoy siendo vigilado-dijo Devlin-. Así mi venida aquí le hace a usted sospechoso.

— Bueno-dijo Pendrake.

— ¡Eh!-El hombre se le quedó mirando fijamente, y Pendrake le devolvió con frialdad la mirada. Devlin prosiguió lentamente-. ¡Veo que ha estado usted pensando en las cosas!

— Mucho-respondió Pendrake.

Devlin tomó asiento en una de las butacas cóncavas.

— Mire-dijo-, usted es un hombre que me gusta. Desearía hacerle una pregunta: ¿Fue un accidente la manera con que… trasteó usted a Troger?

— Podría hacer lo mismo con Gran Deforme-respondió lisa y llanamente Pendrake.

Vio que Devlin se impresionaba, y sonrió torcidamente ante la eficacia de la psicología que había empleado… la de la deliberada positividad.

— Es harto deplorable-dijo Devlin-que un hombre de su espíritu sea un tanto romo. Nadie puede habérselas con Gran Deforme. Además, él evitará un ataque directo.

Pendrake replicó al punto:

— Lo importante es: ¿con cuántos hombres puede usted contar?

— Con un centenar. Doscientos más colaborarían si se atreviesen, pero prefieren esperar hasta que cambien las tornas. Lo cual deja a doscientos esbirros contra nosotros, y probablemente pueden aún constreñir a otro centenar a luchar por ellos.

— Con un centenar basta -dijo Pendrake-. El mundo está dirigido por pequeños grupos de hombres. Cinco decididos y doscientos mil embaucados derribaron el régimen zarista en una Rusia de ciento cincuenta millones de habitantes. Hitler asumió el gobierno de Alemania con un cuerpo relativamente pequeño de seguidores activos. Mas he aquí algún consejo, Devlin.

— ¿Sí?

— Tome el manantial de agua. Tome los puestos que están custodiados, y manténgalos a toda costa. ¿Apodérese del ganado! -Pendrake hizo una pausa y dijo luego-. ¿Cuántas mujeres tiene usted, Devlin?

El interpelado se sobresaltó y cambió de color. Por fin respondió violentamente:

— Será mejor que dejemos a las mujeres al margen de esto, Pendrake. Nuestros hombres han estado tanto tiempo sin ellas que… hemos perdido todos nuestros seguidores.

— ¿Cuántas mujeres? -insistió Pendrake.

Devlin le miró de hito en hito. Estaba pálido ahora, y su voz fue más acre al responder:

— Gran Deforme ha sido listo. Cuando capturamos a esas mujeres alemanas, nos dio dos esposas a cada uno de sus más decididos amigos.

— Diga a sus hombres que escojan la que prefieren y dejen a la otra mujer en paz.



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