La adúltera (Spanish Edition) by Theodor Fontane

La adúltera (Spanish Edition) by Theodor Fontane

autor:Theodor Fontane [Fontane, Theodor]
La lengua: spa
Format: azw3
ISBN: 9788484288794
editor: Alba
publicado: 2013-04-30T16:00:00+00:00


NAVIDAD

Los días siguientes, que trajeron muchas visitas, restablecieron aparentemente el tono despreocupado de las semanas anteriores, y lo que quedó de ansiedad no fue notado, si se exceptúa a la amiga, por nadie, y menos que nadie por el mismo Van der Straaten, que más que nunca se dedicaba a sus pequeñas y grandes vanidades.

Y así fue acercándose el otoño, y el parque estaba cada vez más bonito a medida que sus hojas cambiaban de color, hasta que hacia finales de septiembre llegó una vez más el momento que, según la costumbre, daba por terminada la estancia en la villa.

En los días que precedieron al traslado Rubehn no hizo acto de presencia, ya que obligaciones urgentes le retenían en la ciudad. Un hermano menor suyo, acompañado por un apoderado de la casa, había venido a Berlín para el pronto establecimiento de una filial, y sus esfuerzos conjuntos consiguieron efectivamente poner en marcha en los primeros días de octubre una sucursal del gran banco de Frankfurt.

Van der Straaten participaba de todos estos acontecimientos con gran interés y veía como una buena señal y prueba de una dirección experta que las visitas de Rubehn fueran cada vez más espaciadas y cesaran casi del todo en noviembre. En efecto, nuestro flamante «director de sucursal», como gustaba de llamarle el consejero comercial, aparecía únicamente en los días de reunión más restringidos e íntimos y sin duda hubiera preferido no asistir tampoco a éstos. Pues no podía pasarle por alto, y de hecho no le pasaba por alto, que Reiff y Duquede, y especialmente Gryczinski, le recibieran con una arrogante y desdeñosa frialdad. La bella Jacobine intentaba restablecer la armonía con disimulada amabilidad y le insistía en que no dejara de visitar la casa de su cuñado, por ella misma y por Melanie, pero cada vez que pronunciaba este nombre bajaba los ojos azorada e interrumpía el diálogo precipitada y temerosamente, pues Gryczinski le había dado órdenes severas de evitar cualquier conversación con Rubehn o de limitarla a pocas palabras.

Tanto más agradables resultaban las pequeñas veladas cuando los Gryczinskis faltaban y sólo estaban presentes los dos pintores y la señorita Anastasia. Entonces se bromeaba y reía de nuevo como aquella vez en el café de Stralau, y Van der Straaten, que entretanto había oído de las visitas, incluso de las frecuentes visitas, que Rubehn supuestamente había hecho en casa de Anastasia, aprovechando esta novedad que alguien le había trasmitido, seguía su vieja costumbre de caricaturizar a todos los implicados y convertirlos en el objetivo de sus chanzas. Decía que no veía por qué no iba a alegrarse, al menos en lo que se refería a su persona, de una relación pura basada en una fe musical compartida, alegrarse por este hecho incluso le parecería una obligación, si no viera, por otro lado, confirmada una vez más la vieja máxima según la cual todo derecho nuevo sólo puede nacer ofendiendo derechos más antiguos. El nuevo derecho (en este caso) estaba representado por su amigo Rubehn, el



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