La abuela gánster by David Walliams

La abuela gánster by David Walliams

autor:David Walliams [Walliams, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2011-10-01T00:00:00+00:00


* * *

Aquella tarde, en su habitación, Ben se propuso revisar toda la información que había reunido en clase a lo largo de la semana.

«Les daremos una lección, abuela —se dijo con férrea determinación—. Yo lo haré por ti». Ahora que la abuela se encontraba enferma, estaba más decidido que nunca a dar el golpe.

Tenía hasta las cinco de la tarde para planear el mayor robo de la historia.

19

Un pequeño artefacto explosivo

A la mañana siguiente, mientras sus padres ponían una canción tras otra, tratando de elegir el tema del número de baile de Ben, este se escapó de casa y se fue en bici hasta el hospital.

Cuando por fin encontró la habitación de la abuela, vio a un médico con gafas sentado en el borde de la cama, pese a lo cual se acercó corriendo, loco de emoción, para contarle su plan.

El médico sostenía la mano de la anciana y le hablaba despacio, en voz baja.

—Dame solo un momentito, Ben, si eres tan amable —pidió la abuela—. El doctor y yo estábamos hablando de, ya sabes, cosas de mujeres.

—Ah… sí, claro —farfulló Ben. Volvió sobre sus pasos hasta la puerta de vaivén y se dedicó a hojear una manoseada revista femenina.

—Lo siento —dijo el médico al pasar junto a él antes de abandonar la habitación.

«¿Que lo siente? —pensó Ben—. ¿Qué es lo que siente?».

Se acercó con paso vacilante a la cama de la abuela, que se estaba secando los ojos con un pañuelo. Al ver a Ben, se metió el pañuelo por dentro de la manga del camisón.

—¿Te encuentras bien, abuela? —preguntó con un hilo de voz.

—Sí, perfectamente. Es que me ha entrado algo en el ojo.

—Entonces, ¿por qué me ha dicho el médico que lo siente?

Por unos instantes, la abuela pareció no saber qué decir.

—Pues… verás, solo se me ocurre que sentía haberte hecho perder el tiempo viniendo a verme, porque resulta que no me pasa absolutamente nada.

—¿De veras?

—Sí, el médico ha venido a darme los resultados de las pruebas. ¡Estoy hecha un pimpollo!

Ben nunca había oído esa expresión, pero dio por sentado que eran buenas noticias.

—¡Cuánto me alegro, abuela! —exclamó Ben—. Escucha, ya sé que el otro día me dijiste que no…

—No irás a hablarme de lo que creo, ¿verdad, Ben? —preguntó la abuela.

Ben asintió en silencio.

—Te dije que ni hablar del peluquín.

—Ya lo sé, pero…

—Pero ¿qué, jovencito?

—He descubierto que la Torre de Londres tiene un punto débil, y me he pasado toda la semana planeando el robo de las joyas. ¡Creo que podemos hacerlo, de verdad!

Para su sorpresa, la abuela parecía intrigada.

—Corre la cortinilla y baja la voz —susurró la anciana, poniendo el volumen del audífono a la máxima potencia.

Ben echó la cortina en torno a la cama de la abuela y luego se sentó a su lado.

—Cuando suenen las doce campanadas, cruzamos el Támesis nadando con trajes de buzo y buscamos la antigua alcantarilla, que debe de estar aquí —susurró Ben enseñándole el minucioso plano de aquel número antiguo de La gaceta del fontanero.

—¿Pretendes que suba nadando por una alcantarilla? ¿A mi edad? —protestó la abuela—.



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