Juntando mis pasos by Elías Nandino

Juntando mis pasos by Elías Nandino

autor:Elías Nandino [Nandino, Elías]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2000-04-24T00:00:00+00:00


En el estudio de Roberto Montenegro

EN 1925, XAVIER VILLAURRUTIA Y SALVADOR NOVO me llevaron a conocer a Roberto Montenegro. Tenía su estudio —lleno de biombos, cómodos sillones y sofás— en un salón que estaba a lado del templo de San Pedro y San Pablo. Desde luego, tanto Roberto Rivera como yo, simpatizamos con él. Era un hombre alto, que entraba en la edad mayor, pero actuaba como joven. Tenía una memoria fresca y con facilidad jugaba frases maravillosas. Había vivido en París y en Madrid y había tenido roce con muchas personas inteligentes del Viejo Mundo. Todos —casualmente estaba allí Carlos Pellicer— comenzamos a hablar en gran confianza, como éramos, no como en la calle o en el trato social fingimos ser. Yo quedé encantado con este encuentro porque el amor no sólo se goza con quien uno lo hace, sino con quien uno lo comparte.

En el estudio de Roberto conocí a muchas personalidades, como Moisés Sáenz, Carlos Chávez, Diego Rivera, el Dr. Atl, Miguel Covarrubias y muchos pintores que entonces ya iban en alcance de su fama, así como artistas extranjeros. Roberto era espléndido con las visitas y le gustaba mucho hacerles una recepción en su casa particular. Mis relaciones y observaciones en la pintura nacieron allí y pasé hermosas horas platicando de artes plásticas. Casi todas las noches nos reuníamos y en franca camaradería recorríamos salas de exposiciones, teatros, cines, cafés, restoranes, cabarets de segunda clase, cantinas de barrio y hasta sitios peligrosos. Todos teníamos ganas de vivir.

Xavier y Salvador gozaban flagelando a Roberto por su edad, pero él, a pesar de ser susceptible, tenía calidad y era prudente. Xavier, especialmente, lo hería mucho en la cuestión pictórica porque, presumiendo saber mucho, siempre trataba de adivinar influencias en lo que el pintor hacía. Una vez escribió en una revista que Montenegro era una veleta, que pintaba por donde lo movía el viento. Roberto se indignó porque era injusto lo que decía y además no esperaba eso de un amigo con quien trataba constantemente y a quien le daba todas las atenciones, por lo que fue al café donde nos reuníamos en la noche. Parte de los «Contemporáneos» y Roberto Rivera y yo —que éramos inseparables— íbamos a entrar, cuando llegó Montenegro para agarrar por las solapas del saco a Xavier y decirle: «¡Si no fuera por tu pinche constitución, te hacía pedazos a trompadas!», a lo que Xavier dijo con mucha humildad: «Sí, yo no soy de la Constitución del 57.» Todos nos reímos, hasta el mismo Roberto, y todo quedó en paz.

Los «Contemporáneos», a pesar de su ironía, recibieron muchos conocimientos pictóricos de Roberto. Yo tuve el gusto de que me pintara un retrato a los 26 años, antes de recibirme, y otro a los 50. Era muy obsequioso: a todos nos regalaba aguafuertes, dibujos o hasta cuadros. Yo guardo un gran recuerdo de él porque fue un buen amigo mío.

Una de las personas extranjeras que conocí con Roberto Montenegro fue Serguei Eisenstein —director de la película



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