Júzgame como quieras by Corín Tellado

Júzgame como quieras by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1976-01-01T00:00:00+00:00


VII

Míster Tucker miró a su esposa largamente. Tenía la prensa en la mano y se la mostraba silenciosamente, señalando las notas de sociedad.

—Sí, ya sé —susurró Claude quedamente—. Otra más.

Marcelo Tucker dobló el periódico. Se hallaba en el saloncito. A mediados de invierno, el frío resultaba ya casi insoportable. Solo se estaba bien en el interior del palacete, al calor de la chimenea. Ambos sentados ante ella, en un cómodo diván, el esposo fumaba un cigarrillo, mientras Claude, a su lado, parecía pensativa.

—De su pandilla de amigas, solo queda ella —insistió míster Tucker, como si siguiera el rumbo de una conversación interrumpida—. La última, Victoria Taylor…

Claude asintió con un breve movimiento de cabeza. Podía apreciarse en su semblante una crispación.

—No me explico por qué ella ha de ser así —comentó el caballero quedamente.

Todas se han casado. Durante estos tres años se precipitaron las bodas, como si todas tuvieran prisa. Siempre pensé que al no casarse con Felipe, lo haría con David Hill, y ya ves, Hill se ha casado con Victoria.

Hubo un silencio. El caballero encendió un habano. Fumó nerviosamente.

—¿Dónde está ahora? ¿No ha salido?

—No lo sé. Se pasa la vida en la biblioteca, leyendo. Cada día la encuentro más cerrada en sí misma, más ausente, más fría —se inclinó hacia su marido y añadió con súbita ansiedad—: Marcelo, me pregunto si tendremos algo de culpa nosotros.

—¿Nosotros? ¿Por qué?

—No sé. La educamos de un modo tan particular. Primero con institutrices extranjeras, frías como el mármol. Algo se le pegó de ellas. Después, años y años en un internado. ¿Sabes lo qué pienso a veces? Que tenemos en casa a una invitada, no una hija.

El caballero no respondió en seguida. Reflexionó un momento y luego dijo:

—Nosotros no hemos tenido la culpa. Tú misma le diste cariño y confianza. Yo también. No hemos tenido más que esa hija… Si la hemos educado así, no fue por bien nuestro, sino de ella —hizo una pausa, dio varias vueltas al cigarro y añadió al rato—: ¿Sabes, Claude? Nunca he conocido bien a Edra. Le pronostiqué siempre una gran felicidad conyugal, porque supuse que se casaría pronto, dada su belleza. La consideré apasionada, capaz de enamorarse intensamente cuando le llegara la hora. No ha sido así. Dejó marchar a Felipe Smith… sin una lágrima o una frase de esperanza. Smith se cansó y se fue a Nueva York. Creí que volvería antes de regresar a Canadá. No fue así. Estoy seguro de que ella, secretamente, también lo pensó… Quizá eso la haya hecho ser más dura aún. Y yo… la consideré una mujer esencialmente sensible.

—Puede que lo sea y lo disimule.

El caballero se puso en pie con agitación. Apretó los puños.

—Es duro —exclamó— que unos padres no conozcan psicológicamente a sus hijos. Muy duro, ¿sabes? Nunca puedo saber cuando algo la hiere o la contenta. Esa sonrisa muerta de sus ojos, esa mirada inexpresiva, esa belleza física que cada día va a más… No lo comprendo. Todos los chicos importantes la han pretendido. Y todos



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.