Irlanda by Espido Freire

Irlanda by Espido Freire

autor:Espido Freire [Freire, Espido]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1998-01-01T00:00:00+00:00


Mi madre, tan afable y resignada. El mundo ya no pertenecía a las personas como ella. Hubiera debido nacer en el tiempo de su abuela, en que las damas tocaban el piano y redactaban esquelas, y repartían pan entre los desarrapados. Sus manos blancas, su melancólico aire señorial no encajaban en la realidad en la que las cosas cambiaban demasiado de prisa, y no bien se aprendía una cosa se hacía vieja, sino más bien en las telas suaves de los arcones.

Oscurecía, y los atardeceres ya no se encendían como los de la semana anterior. Los matices violeta teñían lentamente las nubes. Respiré a pleno pulmón el olor de los laureles y supuse que ningún espíritu podría vivir por siempre en esas ramas aromáticas sin volverse loco, de modo que me consideré a salvo allí aunque avanzara la noche.

Intenté decidir si la noticia de que acudiría al colegio de Irlanda era buena o mala. Aquellas muchachas no me habían atraído. Las chicas de mi colegio también se preocupaban de temas insípidos y no sabían sentarse a tratar sobre los temas serios de la vida. Luego recordé que en el prado había optado por los bailes y los vestidos de princesa; correspondían a aquel ambiente, con aquel chico cuyo nombre no recordaba que llevaba un prendido con una rosa blanca.

Entonces vi que Gabriel caminaba hacia mí y me inmovilicé. Quise esconder la carta, o aparentar naturalidad, al menos. Era la segunda vez en ese día en que se me acercaba. «Puede ser uno de los espectros —me dije—. Ha tomado su forma porque le es imposible la lucha contra el olor de los laureles». Se sentó en el otro lado del pozo, frente a mí. Yo le miré de reojo. La filigrana de metal del pozo enmarcaba su cuerpo.

—¿No tienes hambre? Hemos cenado sin ti, y casi no te hemos reservado nada.

Negué con la cabeza. Él se inclinó hacia mí por encima del pozo y yo me eché hacia atrás, asustada. Recordaba su fuerza y la repentina tensión de sus brazos cuando empuñaba el mazo, y sentí de nuevo miedo a morir, y prometí que no dejaría de comer, y que regresaría al prado y cruzaría el arroyo las veces que fuera necesario. Estás dormida. ¿No recuerdas? Duermes profundamente. Él sólo había recogido el dibujo de la carta y lo observaba con una sonrisa.

—Me lo ha mandado mi hermanita —dije yo, aliviada.

—¿Eres tú? —preguntó. Alejó el dibujo de su cara y lo comparó conmigo—. No; tu pelo es más oscuro. Se parece más bien a Irlanda.

—Sólo tiene cinco años, pero es tan modosita y tan formal que parece una persona mayor.

—Los niños dejan de serlo al contacto de la enfermedad y la muerte. No sabía que tuvieras una hermana pequeña. Sólo me habían hablado de Sagrario.

Me volví hacia él. En todo el tiempo de mi estancia allí, nadie había mencionado a mis hermanas, ni me habían preguntado por ellas, excepto el comentario hiriente de Irlanda esa mañana. Sagrario surgió de nuevo, medio escondida tras la maleza y los castaños del bosque.



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