Inferno by Roger MacBride Allen

Inferno by Roger MacBride Allen

autor:Roger MacBride Allen [Allen, Roger MacBride]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1994-01-01T00:00:00+00:00


9

Ottley Bissal recorrió las calles de Limbo procurando pasar inadvertido, ansiando desaparecer en medio del ajetreo matinal, mirando por encima del hombro para cerciorarse de que nadie lo observaba. Era el último tramo del viaje, y estaba cerca, muy cerca. Había aparcado el aeromóvil en un linde de la ciudad y desde allí había caminado hacia los sectores más céntricos.

Limbo era un clásico producto circunstancial, y crecía por brincos, pisándose los pies mientras procuraba mantener su papel como sede mundial del equipo de terraformación. Había técnicos, diseñadores, científicos y obreros de la construcción por todas partes, así como robots Nuevas Leyes correteando con encargos urgentes y equipos de investigación y obreros especializados yendo y viniendo desde todos los puntos cardinales.

Era muy difícil encontrar alojamiento en la ciudad, y la construcción de nuevos edificios siempre constituía una prioridad secundaria frente a los demás proyectos vitales. El número de notables que había asistido a la recepción en la Residencia no hacía más que empeorar las cosas.

Pero Bissal no tenía por qué preocuparse. Habían cuidado de él, le habían buscado un lugar donde alojarse hasta que todo hubiera terminado. Seguro de que nadie le seguía, se abrió paso entre la muchedumbre hasta llegar a un viejo almacén que se hallaba en un sector menos congestionado.

Tal como le habían indicado, apoyó la mano en el panel de seguridad de la puerta. Tras serle leídas las huellas dactilares, la puerta se abrió.

Entró, y la puerta se cerró. Era un laboratorio de espaldas oxidadas, con todo el material propio de él. Una parte de la estancia, no obstante, estaba equipada como un acogedor apartamento, con una cama, una minicocina, un refrescador y una buena provisión de comida y agua. Ahora sólo tenía que permanecer oculto allí hasta que lo llamaran, o hasta que alguien viniera a buscarlo cuando las cosas se hubieran calmado.

Bissal estaba agotado, pero también tenía hambre, y estaba demasiado excitado para dormir. Un rápido bocado le daría la oportunidad de relajarse antes de acostarse. Entró en la minicocina y buscó algo para comer.

«Es bueno estar a salvo —pensó mientras abría una lata y se sentaba a dar cuenta de su contenido—. Muy bueno».

—Perdón, señor, pero hay una llamada urgente para usted.

—¿Qué? ¿Cómo? —Shelabas Quellam, presidente del Consejo Legislativo, aún no había despertado del todo. Se sentó en la cama, pestañeó y, mirando a su robot personal, añadió—: ¿Qué sucede, Keflin?

—Una llamada, señor —respondió el robot—. Parece muy urgente, y viene por un canal oficial.

—Cielos. Bien, será mejor que atienda de inmediato.

—Sí, señor.

Apareció un segundo robot, con una unidad portátil de comunicaciones, que sostuvo la unidad en una mano mientras la activaba con la otra. Quellam miró la pantalla y vio que era ese sheriff. ¿Klesh? ¿Klersh? Algo por el estilo. En cualquier caso, tenía pésimo aspecto, lo que no era de extrañar, a aquellas horas. Pero ¿de qué demonios se trataba?

—Buenas noches, sheriff. Mejor dicho, buenos días. ¿En qué puedo servirle?

—Le pido perdón por llamar a esta hora, señor —dijo Kresh—, pero tengo pésimas noticias.



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