Imperios galacticos iv by Brian W. Aldiss

Imperios galacticos iv by Brian W. Aldiss

autor:Brian W. Aldiss [Aldiss, Brian W.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: SF
publicado: 2011-01-20T21:22:34+00:00


Había una luna colgando sobre las colinas, un gran escudo agrietado tres veces más grande que la Tierra, y su fría y blanca radiación llenaba el valle con luz incolora y con largas sombras. Arriba llameaba el increíble" cielo de las regiones de Sagitario, miles y miles de grandes y resplandecientes soles hirviendo en rayas y enjambres y extrañas constelaciones a los ojos humanos, titilando y brillando en el frío aire. Estaba tan brillante que Laird podía ver los finos dibujos de su piel, vueltas y circunvoluciones en sus entumecidos dedos que buscaban a tientas sobre la pirámide. Temblaba con el viento que pasaba a su lado, haciendo volar diablos de polvo con un seco susurro, buscando debajo de sus ropas para clavar el frío en su carne. Su respiración era fantasmagóricamente blanca ante sí; el amargo aire parecía líquido cuando respiraba.

A su alrededor se vislumbraban los fragmentos de lo que debía de haber sido una ciudad, ahora reducida a unas pocas columnas y paredes deshechas que aún se mantenían en pie gracias a la lava que había fluido. Las piedras se elevaban en la irreal luz de la luna, y parecían moverse cuando las sombras y la arena movediza pasaban por ellas. Ciudad fantasma. Planeta fantasma. El era la última vida que se movía en su desolada superficie.

Pero en algún lugar sobre esa superficie…

¿Qué era, qué descendía zumbando alto en el cielo, acercándose a través de las estrellas, la luna y el viento? Hacía unos minutos que la aguja de su detector gravitomagnético se había movido hacia abajo, hacia las profundidades de la pirámide. Se había apresurado y ahora se mantenía mirando y escuchando y sintiendo que su corazón se helaba.

No, no, no…, una nave de Janyard, no; no ahora… era el -fin de todo si venían.

Laird maldijo con furia desesperanzada. El viento captó su murmuración y la hizo volar con la arena, enterrándola bajo el eterno silencio del valle. Sus ojos volaron hacia su nave serpiente. Era invisible contra la gran pirámide -había tomado esa precaución tapándola con arena-. pero si usaban detectores de metal esa medida no tenía valor. El era rápido, pero estaba casi sin armas; ellos podrían seguir fácilmente su rastro hacia abajo en el laberinto y localizar la caverna.

Señor, si él les hubiese guiado hasta allí…, si sus planes y su esfuerzo sólo hubiesen resultado en darle al enemigo al arma que podría destruir la Tierra…

Su mano se cerró sobre la culata de su arma. Inofensiva y estúpida como un juguete…, ¿qué podría hacer?

Tomó una decisión. Con un juramento, se giró y corrió nuevamente hacia la pirámide.

Su linterna alumbró los infinitos pasajes que bajaban con una débil y fluctuante radiación, y las sombras volaron hacia arriba y hacia atrás y hacia los lados, las sombras de un millón de años cerrándose para ahogarle. Sus botas sonaban sobre el suelo de piedra, thud, thud, thud, los ecos cogieron el ritmo y lo hicieron rodar retumbando delante de él. Un terror primitivo se elevó para ahogar



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