Imágenes by Santiago Eximeno

Imágenes by Santiago Eximeno

autor:Santiago Eximeno [Eximeno, Santiago]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Terror
editor: Ediciones del Cruciforme
publicado: 2013-01-08T00:00:00+00:00


8

AQUELLAS ALTERACIONES DE LA PERCEPCIÓN ME PREOCUPABAN. No comprendía qué era lo que me estaba ocurriendo. Mientras salía del comedor y me dirigía a las escaleras, me había cruzado con una de las enfermeras del turno de mañana. Sin embargo, su rostro no se correspondía con el que yo recordaba. Sus ojos, grandes, desmesuradamente grandes, me habían observado con algo cercano a la lascivia. Entonces me había saludado, una sonrisa helada que quebraba su rostro de porcelana.

—Buenos días, doctor Gómez —dijo, pero sus labios no se movieron.

Apenas le respondí un balbuceante saludo y caminé en dirección a las escaleras. Al apoyar la palma de la mano sobre la barandilla advertí la gran cantidad de polvo que reposaba sobre ella. Froté la mano contra la pernera de mi pantalón mientras subía al primer piso, rumiando en mi interior todos los sucesos que habían acaecido desde el amanecer. Mis pasos sobre los escalones reverberaban como si los tacones de mis zapatos estuvieran hechos de latón y el suelo fuera bronce pulido. Al mirar las paredes no pude menos que sentir un escalofrío, ya que no se correspondían en absoluto con las que recordaba del día anterior. Donde esperaba encontrar el cálido color de la pintura hallaba restos de una sustancia amarillenta que rezumaba del interior de los ladrillos.

—Por el amor de Dios —acerté a murmurar.

¿Me habían drogado? Aquélla parecía la única explicación posible. Imaginé al doctor Valero la noche anterior en las dependencias de la cocina, frente a la botella de vino. Le vi verter en el interior de la botella una sustancia blancuzca, densa, extraída del cuerpo de un gusano enorme que se deslizaba entre sus dedos, luchando por escapar. Después observé cómo, con parsimonia, colocaba el tapón de corcho y le entregaba la botella a la doctora Andrea.

Agité la cabeza para desechar aquella idea macabra. Estaba empezando a pensar como un escritor de novelas de terror baratas, uno de esos que coloca a su protagonista principal en una casa maldita y a continuación le rodea de todo tipo de criaturas monstruosas. Y yo no daba la talla para acaparar el protagonismo en esta situación, porque mi comportamiento se encontraba cercano a caer en la definición de paranoia.

Al llegar a la primera planta no pude reprimir el impulso de mirar hacia atrás, temiendo que alguien me siguiera. Resultaba ridículo, y desde luego nadie había seguido mis pasos, pero todo a mi alrededor se transformaba de tal manera que sentía la necesidad de permanecer alerta. Avancé por el pasillo, nervioso. Me detuve ante una de las puertas que siempre permanecían cerradas, una de aquellas en las que la doctora Andrea me había indicado que descansaban los pacientes internados en el hospital. Escuché colocando mi oreja contra la hoja de la puerta, intentando adivinar quién se escondía en su interior. Nada. Temblando, sabiendo lo que hallaría en su interior, tomé el pomo y lo giré hasta que se oyó un chasquido inconfundible, y la habitación se abrió ante mí.

Estaba vacía. Por completo. Sólo capas de polvo acumulado durante meses se extendía sobre el suelo de losetas grises.



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