Huyendo de Venus by Burroughs Edgar Rice

Huyendo de Venus by Burroughs Edgar Rice

autor:Burroughs, Edgar Rice [Burroughs, Edgar Rice]
Format: epub
publicado: 2010-04-12T22:00:00+00:00


—No creo en ellos — casi grité —; pero ¿por qué habré soñado cosa semejante?

Se acercó un guardián que llevaba un pequeño látigo con el que me golpeó el rostro.

—¡Silencio! — nos amonestó, y en aquel preciso instante escuché detrás del gran gantor que se hallaba a mi izquierda el silbido de la pistola de los rayos r, y el guardián que me había castigado se desplomó en el suelo.

Otros guardianes aparecieron corriendo, a la vez que surgió una figura detrás del gantor.

—¡Duare! — grité.

Los guardianes se arrojaron sobre ella; pero les hizo frente y los mortíferos rayos zumbaron al salir por la boca del arma. Cuando cuatro o cinco de sus atacantes cayeron muertos, los otros huyeron lanzando gritos de alarma.

Duare se precipitó hacia mí, con el frasco en la mano. Rápidamente me rozó la lengua varias veces con el tapón y luego hizo lo mismo con Ero Shan. Antes de que hubiera producido el antídoto sus completos efectos, nos descolgó a los dos. Sentí que la vida retornaba a mi cuerpo; podía mover las piernas y los brazos. Muchos guerreros comenzaban a irrumpir en el edificio, alarmados por los gritos de los guardianes. Duare se volvió hacia ellos para hacerles frente, mientras Ero Shan y yo procurábamos mantenernos en pie. Apenas se dio cuenta Duare de que podíamos seguirla avanzó hacia la puerta. Ero Shan y yo íbamos a su lado con las espadas en la mano. Los guerreros caían bajo los efectos de aquellos rayos de la muerte, igual que el trigo segado por la hoz. Nos arrojaron lanzas; pero afortunadamente fallaban la puntería y, al fin, nos hallamos en la plaza, donde vimos una multitud que se dirigía hacia el avión; una multitud iracunda y ansiosa de destruirlo.

—¡De prisa! — exclamó Duare —. ¡Al avión! Era aquélla una invitación que no necesitábamos que se nos hiciera. La multitud ya había asaltado el anotar cuando llegamos nosotros y no podíamos asegurar si no habría sufrido desperfectos irreparables. Mostrábanse más agresivos de lo que esperábamos; pero eran una pobre masa humana ante las duras espadas de Ero Shan y mía, y, sobre todo, ante la pistola de los rayos r que manejaba Duare con auténtica maestría. Pronto huyeron los supervivientes para guarecerse en los edificios cercanos y quedamos dueños de la situación.

—Dame el frasquito, Duare — le dije.

—¿Qué quieres hacer con él? — me preguntó a la ve?, que me lo entregaba.

—Pienso en esos otros desgraciados de ahí dentro — repuse, señalando al museo.

—Tienes razón — asintió —. Pensaba libertarlos también; pero la resistencia de estas gentes me impidió disponer del tiempo preciso, especialmente con los peligros que amenazaban a nuestro avión. Pero ¿cómo podrás poner en práctica tu propósito? No podemos separarnos ni dejar el avión abandonado.

—Llevémoslo hasta la puerta del museo — sugerí —, de tal modo que intercepte la entrada. Tú con la pistola y Ero Shan con la espada podéis defender la posición hasta que yo los liberte a todos.

Me costó una hora larga libertar a aquellos infelices.



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