Hotel du Lac by Anita Brookner

Hotel du Lac by Anita Brookner

autor:Anita Brookner [Brookner, Anita]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1983-12-31T16:00:00+00:00


8

«QUERIDÍSIMO David,

»¡Noticias asombrosas! Mrs. Pusey, ese pináculo de la elegancia femenina, ese árbitro del gusto, esa incansable buscadora de géneros de lujo, esa encantadora de multitudes, ¡tiene setenta y nueve años! Lo sé porque los cumplió hace dos días y para celebrarlo nos invitaron a todos. Ese mismo día me habían llegado rumores premonitorios; cuando iba por el pasillo oí gritos de alegría y sorpresa que surgían de la suite de las Pusey, mientras verdaderas emanaciones de perfume (de otra marca) avanzaban como olas hasta el mismo descansillo. Cuando llegué a las escaleras exteriores del hotel vi a un muchacho salir de una camioneta con un arreglo floral de aspecto inequívocamente matrimonial; no le di más vueltas, aunque de haberlo pensado me habría dado cuenta de que nadie iba a mandar flores a Monica ni a Mme. de Bonneuil ni a mí, con lo que solo quedaban las Pusey. Naturalmente, Jennifer podía tener un novio en algún lado, y la razón más elevada sugiere que debe de tenerlo, pero de algún modo parece improbable. Creo que es de esas chicas que nunca dejan a su madre. He conocido a muchas hijas como ella. Quizá te sorprenda saber que Penelope ha rechazado ofertas de matrimonio porque en su opinión pocos de los hombres que conoce están a la altura de las severas exigencias de su madre, de quien tanto he oído hablar. Penelope cita a su Madre como autoridad última en cualquier tema, y a veces le envidio esa certeza, esa piedad. Ojalá tuviera yo una madre que me entregara máximas grabadas en tablas de piedra y que tuviera siempre a mano un sabio refrán o un ejemplo puntual. A mi pobre madre solo la oía, como mucho, soltar ladridos burlones. Y sin embargo, pienso en ella como mi pobre madre. A medida que voy envejeciendo percibo su tristeza, su estupefacción ante las vueltas que había dado la vida, su soledad. Me legó su propia nube de incógnitas. Era una mujer áspera y decepcionada que se consolaba leyendo sencillas historias de amor, sencillos romances de final feliz. Quizá por eso los escribo yo. Pasó sus últimos meses en la cama, con el camisón de seda que mi padre le había comprado en Venecia en su luna de miel, sin importarle, quizá sin notar que el encaje estaba desgarrado, el azul pálido transformado en gris, y cuando levantaba los ojos del libro el azul se había desvanecido en sus ojos, que ahora eran grises y estaban colmados de sueños, de anhelos, de desencanto. Las fantasías de mi madre, que no cambiaron a lo largo de toda su vida, me enseñaron a conocer la realidad. Y, aunque pongo la realidad al frente de mi pensamiento y me refiero a ella con severa constancia, a veces me pregunto si me sirve de algo más de lo que le sirvió a mi madre.

»Pero eso no es sino una digresión. Pasé el día fuera, y cuando volví por la noche a cenar todo se había revelado.



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