Homo rex by Glenn Parrish

Homo rex by Glenn Parrish

autor:Glenn Parrish [Parrish, Glenn]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1982-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VIII

Había un enorme comedor en el palacio y estaba lleno de personas de ambos sexos, lujosamente ataviados unos y otras La mesa, gigantesca, de casi cincuenta metros de largo en cada una de sus dos ramas, ya que formaban una U, estaba rebosante de viandas de todas clases.

—Al menos, no pasan estrecheces por ahora —murmuró Jarbo, al hacer su entrada con la mano de Hryna en la suya.

El vestía ahora una especie de pantalones ajustados y camisa holgada. Hryna se había ataviado con una túnica de amplios vuelos, larga hasta los pies. Era evidente su falta de costumbre en vestir una prenda semejante.

Un sonoro clamor se alzó al verlos hacer su entrada en el gran salón. Volb salió a recibirles, impuso silencio y pronunció un breve discurso de salutación y acatamiento al nuevo rey. Jarbo lo agradeció con pocas, pero sentidas palabras y dijo que su único afán era conseguir la paz y la felicidad para todos los habitantes de Wrjeddin.

Alguien, que parecía actuar como un jefe de protocolo, distribuyó los puestos. Naturalmente, Jarbo ocupó el de honor. A su derecha se sentó una rubia imponente, de rotundos senos y mirada llena de fuego, quien dijo llamarse Asfya y pertenecer a una de las más nobles familias de Wrjeddin.

Hryna estaba en otro lugar de la mesa y lanzaba continuas miradas hacia el joven. Tenía a su lado a un hombre muy apuesto, que la galanteaba constantemente, pero apenas si le hacía caso.

Asfya parecía intentar la conquista de Jarbo. El vestido que llevaba era sumamente escotado y ella daba la sensación de sentirse muy orgullosa de sus encantos físicos, que mostraba casi completamente, sin ningún recato.

En la cena se sirvió un vino muy fuerte. Pronto se caldearon los ánimos. Jarbo se sentía un tanto disgustado. Miles de hombres habían muerto aquel mismo día y, aunque enemigos, los atacados no parecían sentir ningún remordimiento y, menos aún, ninguna preocupación por su futuro.

La cena duró largo rato. Cuando terminó, Jarbo sintió necesidad de tomar un poco de aire fresco.

Había varias puertas en el salón, que daban a una larga galería corrida, situada en la parte más elevada del edificio. Este, a su vez, se hallaba en la cumbre de una colina, desde la que se divisaba una vista excepcional.

El puerto se hallaba a un kilómetro y medio de distancia. Más allá, se divisaban numerosas luces que se movían ligeramente en el mar. Las naves de Umdra continuaban en sus puestos, aguardando la llegada del nuevo día para reanudar el ataque.

De pronto, oyó pasos. Asfya se le acercó, con dos copas de vino en las manos.

—Permite que brinde a solas por el valiente que nos ha salvado de la destrucción —dijo sonriendo.

Jarbo tomó su copa y sonrió también.

—Será un placer, hermosa Asfya —contestó.

Asfya acercó su copa a los labios, rojos, palpitantes de vida. Jarbo hizo lo mismo.

De pronto, captó un extraño chispazo en los ojos de la rubia. Parecía dominada por cierto sentimiento de ansiedad, a pesar de que se esforzaba en disimularlo al máximo.



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