Historia De Una Maestra by Josefina Aldecoa

Historia De Una Maestra by Josefina Aldecoa

autor:Josefina Aldecoa [Aldecoa, Josefina]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


Desde que me casé, todo en mi vida fue seriedad y trabajo. No es que antes hubiera desperdiciado el tiempo en frivolidades pero en los períodos de vacaciones salía con las amigas a pasear. Charlábamos y reíamos, nos confesábamos nuestros deseos más íntimos, nuestros deseos imposibles. Desde la aventura de Guinea yo cambié mucho.

–Hija, parece que las fiebres te han alterado el carácter -decían mis amigas.

No eran las fiebres. Pero sí un proceso febril de rememoración. De modo obsesivo volvían a mí los días y las personas de aquel mundo lejano. No me gustaba hablar de ello. Era ése un episodio que guardaba en celoso secreto. Las confidencias amistosas se detenían ahí, cambiaba de tema si surgía Guinea en alguna conversación y la curiosidad de mis amigas se fue debilitando a la vista de mi reserva.

A fuerza de mantenerlo escondido, me parecía que no había sido cierto lo vivido. Evocaba mi escuela, los niños negros, el color de los mercados, el calor húmedo que exhalaba la selva, el gris azul del mar; las praderas que nunca alcancé. Emile aparecía sin cesar en mis ensoñaciones. Apenas me atrevía a nombrarle pero, en mi soledad, recreaba cada instante de nuestra amistad, reproducía los rasgos de su cara, la expresividad de sus gestos, su sonrisa.

El día antes de mi boda, di un paseo con Rosa, mi amiga más querida, casada y feliz al parecer en su matrimonio.

–¿Sabes en quién estoy pensando? – le pregunté

Ella se rió y me dijo:

–En Ezequiel, me imagino, y en la boda.

–Pues no. Estoy pensando en Emile…

Se me quedó mirando asustada.

–No te cases -me dijo-. Estás a tiempo. No te puedes casar pensando en otro hombre, Gabriela.

Me hubiera gustado tranquilizarla, pero no pude. A medida que hablaba era consciente de estar echando sobre los hombros de mi amiga el peso de una responsabilidad. Pero necesitaba ser sincera por una vez, sincera conmigo misma ante un testigo que me sirviera de referencia.

–Emile ha sido el único hombre que hubiera abierto un camino distinto a mi vida. Era la libertad, la lejanía, la aventura, la fantasía. Pero yo no tenía fuerzas. No podía volver. Y al mismo tiempo, ¿quién me dice que él quería que yo volviera? Emile es la señal dudosa que te hace vacilar en un cruce de caminos. Seguramente elegí la dirección acertada.

Rosa lloraba y yo la consolé, liberada por mi confesión de todos los fantasmas inmediatos.



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