Historia de Shuggie Bain by Douglas Stuart

Historia de Shuggie Bain by Douglas Stuart

autor:Douglas Stuart [Stuart, Douglas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2021-09-01T00:00:00+00:00


DIECINUEVE

Agnes renació de sus cenizas a tiempo de celebrar el décimo cumpleaños de Shuggie. Llevaba ya tres meses sin probar el alcohol cuando empezó a trabajar en la gasolinera de la mina, en el turno de noche. El período navideño abarcaba cuatro catálogos diferentes, lo que se tradujo en una montaña de regalos bajo el árbol y una mesa con cuatro tipos de carne de caza, y ninguna forma de pagar nada. Mientras Leek y Shuggie reposaban la comilona frente al resplandor del televisor, Agnes no se dio cuenta de que no tendría que haberse tomado tantas molestias. Ellos solo la necesitaban a ella, la sobriedad y tranquilidad que desprendía les bastaba para sentirse felices.

Las facturas del catálogo empezaron a llegar; pero más que por el dinero, Agnes necesitaba el trabajo por otra cosa. El trabajo la ayudaba con la soledad. La mantenía ocupada, le daba algo que hacer durante las largas noches vacías. Sin él, se habría quedado en casa preguntándose cómo pasar las horas hasta que el sueño la hubiese vencido. La mayoría de aquellas noches se habría puesto a pensar en Shug, en las amigas que ya no la llamaban, en Lizzie y en Wullie, en cómo le iría a Catherine en Sudáfrica. El turno de noche la ayudaba a mantenerse apartada de la bebida.

La gasolinera hacía las veces de tienda, era el único sitio en kilómetros a la redonda que vendía cigarrillos, helados y bolsas de patatas al horno. Estaba en mitad de la nada. Agnes cogía las monedas sucias del cajón móvil, metía el cambio, los paquetes de tabaco y las pintas de leche y lo pasaba al otro lado del panel de cristal de seguridad. Aquella era su vida social y le sentaba bien tenerla.

Cuatro noches a la semana, Agnes se sentaba detrás del panel de cristal contemplando la vacía oscuridad. De tanto en tanto, los taxistas iban llegando a llenar los depósitos de sus negros vehículos. Algunos le pedían la llave del pequeño y húmedo aseo, otros querían un periódico y una lata fría de Irn-Bru. A cada lado del cristal de seguridad tenían lugar ratos de plática sobre las huelgas en la fábrica de acero de Ravenscraig, sobre el cierre de los astilleros del Clyde, sobre cosas que tenían en común en sus vidas. Los taxistas estaban acostumbrados a estar detrás de un cristal; de hecho, pasaban noches enteras entre el panel divisorio y el parabrisas. Agnes se alegraba cada vez más de su compañía.

Con el tiempo, un par de hombres se convirtieron en habituales y otros tantos empezaron a tomarse sus descansos con ella, cada uno con su sándwich a cada lado del cristal. Las ventas en la gasolinera durante la franja nocturna empezaron a incrementar desde que Agnes trabajaba allí. Algunos taxistas se salían de su recorrido exclusivamente para visitarla, para pasar unos minutos con la hermosa mujer que se reía con sus historias, ese bellezón que siempre parecía encantada de verlos. Y no se movían de allí hasta que no aparecía otro taxista.



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