Historia de las creencias y las ideas religiosas III by Mircea Eliade

Historia de las creencias y las ideas religiosas III by Mircea Eliade

autor:Mircea Eliade [Eliade, Mircea]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Referencia, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1983-03-31T16:00:00+00:00


302. Bizancio y Roma. El problema del «filioque»

Las diferencias entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente, notorias ya en el siglo IV (véase § 251), se acentúan durante los siglos siguientes. Las causas eran múltiples: tradiciones culturales diferentes (greco-oriental de un lado, romano-germánica de otro); la ignorancia mutua, no sólo de los idiomas, sino también de las respectivas literaturas teológicas; las divergencias de orden cultural o eclesial (el matrimonio de los sacerdotes, prohibido en Occidente; el uso del pan ácimo en Occidente y del pan con levadura en Oriente; el agua añadida al vino eucarístico en Occidente, etc.). El papa Nicolás protesta contra la elevación precipitada de Focio, un laico, a la dignidad de patriarca, «olvidando» el caso de Ambrosio, consagrado directamente obispo de Milán. Algunas iniciativas de Roma disgustan a los bizantinos, como la proclamación por el papa en el siglo VI de la supremacía de la Iglesia sobre el poder temporal o, en el año 800, la coronación de Carlomagno como emperador romano, cuando este título pertenecía de siempre al emperador bizantino.

Ciertos giros del culto y de las instituciones eclesiales confieren al cristianismo oriental una fisonomía propia. Ya hemos visto el caso de la veneración de los iconos en el Imperio bizantino (§ 258) o la importancia del «cristianismo cósmico», intensamente vivido por las poblaciones rurales en el sureste de Europa (véase § 236). La certeza de que toda la naturaleza ha sido redimida y santificada por la cruz y por la resurrección justifica la confianza en la vida y alienta un cierto optimismo religioso. Recordemos también la importancia atribuida por la Iglesia oriental al sacramento de la crismación, «sello del don del Espíritu Santo». Este rito sigue inmediatamente al bautismo, y todo laico, miembro del laos («pueblo»), es portador del Espíritu, lo que explica a la vez la responsabilidad religiosa de todos los miembros de una comunidad y la autonomía de las mismas comunidades, regidas por sus obispos y agrupadas en áreas metropolitanas. Aún hemos de añadir otro rasgo característico: la seguridad de que todo cristiano puede alcanzar, ya en la tierra, la deificación (theosis; véase § 303).

La ruptura fue provocada por la adición del filioque al credo de Nicea-Constantinopla; el pasaje correspondiente se leía así ahora: «El Espíritu procede del Padre y del Hijo». El primer ejemplo conocido del filioque data del II Concilio de Toledo, convocado en el año 589 para confirmar la conversión de Recaredo del arrianismo al catolicismo[86]. Analizadas detenidamente, se advierte que las dos formas expresan concepciones específicas de la divinidad. En el trinitarismo occidental, el Espíritu Santo es el garante de la unidad divina. Por el contrario, la Iglesia oriental subraya el hecho de que Dios Padre es la fuente, el principio y la causa de la Trinidad[87].

Según algunos autores, la nueva fórmula del credo fue impuesta por los emperadores germánicos. «La constitución del Imperio carolingio generalizó en Occidente el uso del filioque y precisó una teología propiamente filioquista. Se trataba de legitimar frente a Bizancio, detentadora hasta entonces



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