Hijas de la Resistencia by Judy Batalion

Hijas de la Resistencia by Judy Batalion

autor:Judy Batalion [Batalion, Judy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2020-05-15T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 22

ARDE LA JERUSALÉN DE ZAGLEMBIE

Renia

1 DE AGOSTO DE 1943[1]

Renia llegó por fin a Będzin agotada, deshecha y sucia a causa del viaje. Pero en cuanto se bajó del tren, todo —el andén, el gran reloj cuadrado estilo art déco— se volvió negro ante ella. Los nazis estaban ahuyentando a los pasajeros de la estación.

Renia alcanzó a oír gritos desgarradores y confusión a lo lejos.

—¿Qué ocurre? —les preguntó a unos polacos que estaban reunidos cerca tratando de entender algo.

—Llevan desde el viernes sacando a judíos de la ciudad. Un grupo tras otro.

Era lunes, el cuarto día. Y no habían terminado.

—¿Los expulsarán a todos? —preguntó ella con una voz que no reconoció como suya, fingiendo que no solo no le importaba, sino que además se alegraba. Fingiendo ser una espectadora más. Fingiendo que ese no era el momento que había esperado y temido durante meses.

Todo eso, escribió más tarde, mientras «tenía el corazón destrozado de dolor». Estaban expulsando a todos sus amigos, a su hermana, a todas las personas que formaban su universo. No tenía idea de qué sería de ellas o de si volvería a verlas.

El gueto estaba totalmente rodeado de escuadrones de las SS. No había forma de entrar. Renia escuchó a escondidas, oyó los rumores, trató de ver todo lo que pudo. En el interior, los alemanes estaban descubriendo los búnkeres y asesinando allí mismo a las personas que se escondían en ellos. Durante cuatro días seguidos habían estado subiendo a judíos a vagones de ganado y disparando hacia el gueto desde todas las direcciones. La milicia judía sacaba camillas de heridos y muertos cubiertos con harapos. En las calles, los alemanes llevaban hasta los trenes a hileras de jóvenes, sujetos con grilletes como criminales, dándoles patadas en los pies. Esos jóvenes habían intentado escapar, pero los polacos los habían atrapado y entregado. Los miembros de la Gestapo, vestidos de paisano, corrían por la ciudad como perros salvajes, revisando documentos, escudriñando la cara de cada transeúnte, buscando más víctimas.

De pronto Renia vio una explanada junto a la estación, al otro lado de la barrera. Allí había una concentración de personas. Entre ellas, sus amigos. Los polacos miraban a esos «criminales culpables» como si fueran animales en un zoológico. Los camaradas de Renia, sus seres queridos, estaban rodeados de bárbaros con rifles, látigos y revólveres.

No vio a Sarah en ninguna parte.

Apenas podía mantenerse en pie. Iba a desmayarse. Sabía que necesitaba huir lo más rápido posible. Si revisaban sus documentos, estaría acabada.

«Pero en ese momento —escribiría Renia más tarde— comprobé que a mí también se me había vuelto de piedra el corazón, porque ¿cómo podía marcharme sin saber qué sería de mis seres más allegados?» Estaba siendo testigo de cómo conducían a la muerte a la única familia que le quedaba. Dio media vuelta, pero fue inútil. No podía entrar en el gueto. «En el fondo de mi corazón, pensé: mi vida ha perdido todo sentido. ¿Para qué vivir ahora que me han quitado todo: a mi familia y



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