Hija de la manigua by Ysabel Sánchez Ballesteros

Hija de la manigua by Ysabel Sánchez Ballesteros

autor:Ysabel Sánchez Ballesteros [Sánchez Ballesteros, Ysabel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2013-11-15T00:00:00+00:00


IV

Al entrar en la cocina, encontré a Ramona con las manos llenas de harina y enfrascada en los preparativos de su sopa de albóndigas, la mejor del mundo según ella. Tomaba pedacitos de masa, bien mezclada y aderezada con aquellos condimentos que en secreta fórmula únicamente su gracia sabía aplicar, y con las manos superpuestas en forma de cruz, giraba las palmas con tanto donaire y desparpajo, que las bolitas salían parejas y esféricas, con la perfección de las cuentas gruesas de un collar, y veloces como enormes perdigones lanzados por un proyectil invisible. En un monocorde y repetido gesto de la cocinera, caían en el fondo harinoso de un plato hondo de porcelana amarillenta, con algunos desconchones en los bordes, que las recibía entre grumos y raeduras de condumio para envolverlas y vestirlas de blanco antes de rendirse al calor del aceite, que se encargaría de dorarlas entre pompas de olorosa espuma en la sartén. Luego preparaba un caldo y, una vez que las albóndigas estaban fritas y frías, las volcaba dentro de la olla con una sonrisa satisfecha, y disfrutaba viendo aquel baile de saltos y salpicones que producían sus perlas, como ella las llamaba, empapándose y dejándose henchir para llegar a la mesa calentitas y sabrosas.

Aquella mujer, que en tantos aspectos se mostraba algo burda y sin refino, ponía un gran interés a la hora de preparar sus guisos, cuidando cada detalle con tanto mimo y esmero que daba la impresión de estar realizando una obra perdurable en el tiempo. Yo le preguntaba qué sentido tenía poner esa solicitud y ese deleite en las menudencias de la elaboración de un plato de comida que, al fin y al cabo, iba a ser consumido en unos minutos y que, aun siendo preparado de una forma mucho más simple, cumpliría de igual modo con su misión de alimentar y fortalecer el cuerpo. Pero Ramona se reía y me respondía meneando la cabeza:

—¡Ay Lorencilla, que mal educaos tienes tú los paladares!

A medida que los días iban pasando, mi relación con la familia de la casona se estrechaba y pasaba allí muchas más horas que en la vivienda de mi señora. Una buena parte de mi tiempo lo compartía con Mercedes y, en bastantes ocasiones, con don Hilario, su abuelo, a los que unas veces seguía en sus paseos por las calles y las plazas que tanto gozaba recorriendo, y otras ocupada en alguna tarea de costura mientras, sentada a distancia en la parte baja de la escalera, escuchaba atenta las conversaciones que sobre sus andanzas juveniles el señor iba relatando a su nieta. El primer día que me quedé como abstraída dejando que mis oídos se llenaran con aquellas historias, sentí en medio de mi encandilamiento la voz de la niña de los Barahona llamándome la atención, y pensé que tal vez iba a reprenderme o a hacerme caer en la cuenta de que no era apropiado estar allí. Para mi sorpresa, comprobé que únicamente me estaba haciendo un comentario



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.