Hija de la lluvia by Haizea López

Hija de la lluvia by Haizea López

autor:Haizea López [López, Haizea]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2023-05-17T00:00:00+00:00


18

Apretó las rodillas contra su pecho, envolviéndose a sí misma en un abrazo mientras mantenía la mirada clavada en el tablero de ajedrez. Se había quedado trabada y no sabía cómo continuar, porque los caballos y las torres de las fichas negras comenzaban a asfixiar sus movimientos, a ahogarla.

—¿De verdad le encuentras sentido a jugar contra ti misma? —preguntó Haritz, sentándose a su lado.

—No estoy jugando sola —murmuró en voz baja, concentrada en la partida y evitando dar más explicaciones de las necesarias.

—¿Entonces?

Las negras acababan de avanzar con un peón y ella comenzaba a quedarse sin fichas, la estaba acorralando y ganar la partida parecía imposible. Respiró hondo, nerviosa. No podía perder y necesitaba ganar tiempo, pensar…

—Él está moviendo las fichas negras —explicó.

Decirlo en voz alta la hacía comprender lo disparatado que parecía aquello. Que el intruso se estuviera colando en la casa para jugar con ella una partida al ajedrez parecía una locura.

—¿Él?

Ainize levantó la mirada hacia Haritz.

—Creo que me quiere volver loca… No sé por qué, pero quiere que pierda la cabeza.

Hizo una pausa, dejando la partida de lado para recapitular los sucesos que habían tenido lugar desde su llegada a Haize Hegoa.

—Empezó moviendo las fichas negras de mi tablero, colándose en la casa, merodeando por el viñedo y… espiándome mientras duermo. Recordándome que no estoy sola y que me tiene vigilada.

Él la observaba boquiabierto, sin comprender por qué alguien podría estar haciendo algo semejante.

—Quiere hacerme creer que tengo la locura de los Agirregoitia —continuó ella, pensativa—. Quiere echarme de Haize Hegoa, pero no entiendo por qué.

—¿Quién quiere echarte de aquí?

Se encogió de hombros, confusa.

—No lo sé. No entiendo nada…

Pensar en ello hacía que la migraña resurgiera y que el malestar y la ansiedad aumentasen de forma exponencial. Cerró los ojos unos instantes, calmándose.

—Elsa ha llamado dos veces para comprobar si estás bien —contó Haritz, dejando el tema de lado al ser consciente del desasosiego que le causaba—, y ha preguntado si necesitabas ayuda.

—Mañana la llamo. Es increíble que treinta años después siga ejerciendo de madre y siendo la única persona dispuesta a cuidarnos.

—Siempre ha sido maravillosa, sí.

Ambos se quedaron mirando la partida, nerviosos. Estaba claro que las fichas blancas jugaban en desventaja, y danzaban por el tablero con la única intención de protegerse. Ainize se masajeó las sienes. Era un tic involuntario que llevaba a cabo cuando le dolía la cabeza o cuando los pensamientos le borboteaban con demasiada intensidad. Tenía que cambiar de estrategia, jugar con intenciones.

Percibió que Haritz se levantaba de su lado. Un par de minutos más tarde, regresaba al sofá con un par de copas de vino y una botella de chacolí.

—Creo que es un vino de la casa —señaló.

Desvió la mirada y la atención hacia la botella y comprobó que estaba embotellada de forma casera y sin etiqueta. Podía ser de su padre o de cualquiera de los viticultores de la zona. Fuera como fuese, Ainize nunca le decía que no a un chacolí, a pesar de que durante su estancia en Francia solo hubiera consumido vinos tintos.



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