Hernando de Soto by Concepción Bravo

Hernando de Soto by Concepción Bravo

autor:Concepción Bravo [Bravo, Concepción]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Biografía, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1987-01-01T00:00:00+00:00


EL CONQUISTADOR QUE NO QUISO DEJAR DE SERLO. UN NUEVO ADELANTADO

En el puerto de Panamá, una vez más, desde que tres años antes llegara la primera gran remesa de oro del Perú, conducida por Hernando de Pizarro, se contemplaba el espectáculo de la llegada de un grupo de aquellos afortunados compañeros de Francisco Pizarro. Porque no era Hernando de Soto el único de ellos que regresaba con el obispo Berlanga.

La ciudad, bulliciosa de mercaderes y armadores, no distrajo mucho tiempo a aquellos hombres enriquecidos que tenían prisa por volver a sus tierras. La Corte del Rey Carlos los atraía; querían ver reconocidos en ella los méritos adquiridos en la brillante empresa que seguía alucinando y atrayendo hacia las tierras del Perú a tantos hombres que llegaban continuamente a estos puertos de la mar del Sur.

Hernando Soto y sus compañeros apenas dieron lugar a un descanso en su viaje. El antiguo capitán de Pedrarias, no dejó de informarse de la situación de aquella Gobernación de Nicaragua, que tan alterada había dejado cuatro años atrás, tras la muerte del viejo Gobernador y cuya sucesión se arrogó el que fuera efímero aliado del extremeño en sus pleitos por los cargos concejiles de León, el Alcalde Mayor, licenciado Castañeda.

Supo que la tierra atravesaba una época de relativa tranquilidad, gobernada prudentemente por Rodrigo Contreras, casado con doña María de Peñalosa, la hija de Pedrarias, que éste había prometido como esposa a Núñez de Balboa en prueba de sus interesados tratos de cooperación en la conquista de Panamá. La estrella de la familia no se había apagado con la muerte del viejo luchador; su viuda, doña Isabel de Bobadilla, seguía gozando de las más altas influencias en la Corte, gracias a su amistad entrañable con la Reina. Aquellas dos adolescentes, hermanas de doña María, con las que Soto compartiera tantos ratos de esparcimiento en sus años mozos, y de las que se había separado hacía ya tantos años, vivían en la Corte, solteras todavía.

Algunos de los biógrafos de Soto han tejido alrededor de su figura un idilio juvenil, interrumpido, pero indestructible, entre la mayor de ellas, Isabel, y el gentil mozo, que fuera escudero y paje en la casa del Gobernador. En todo caso, es presumible que Soto pensara en ella, ahora que su fama y su fortuna le permitían pretender, a través del matrimonio, al que se mostró siempre remiso en sus uniones con otras mujeres, entroncar con una de las más prestigiosas casas de Castilla. Sus afectos y sus amores en las Indias no suponían ningún lastre ni ningún compromiso para él. Quería apurar el tiempo de su estancia en Panamá.

Lo justo para organizar la travesía del istmo, conduciendo en pesadas carretas, por un camino continuamente transitado en los últimos años, aquella carga dorada que les abriría en la lejana península las puertas de una sociedad cortesana donde podía esperarles lo que según Fernández de Oviedo era el mejor destino que cabría a cualquiera de estos hidalgos encumbrados: casarse con mujer rica y de



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