Hermanas by Bernard Minier

Hermanas by Bernard Minier

autor:Bernard Minier [Minier, Bernard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2018-04-05T00:00:00+00:00


* * *

Era casi la una de la madrugada cuando un ruido lo despertó. Un solo grito, ahogado, que sonó a la vez cerca y lejos. Después, nada. Todos sus sentidos se pusieron en guardia de inmediato: había reconocido la voz de Gustav… Con el pulso acelerado, apartó el edredón y aguzó el oído. En el apartamento, al igual que en el resto del edificio, reinaba un silencio absoluto.

Aun así, estaba convencido de haber oído algo. Encendió la lámpara de la mesita de noche, se sentó y, finalmente, se levantó. Su dormitorio de nueve metros cuadrados no albergaba más que una cama, un armario, una silla y una cómoda, muebles de Ikea para una habitación que sólo utilizaba para dormir. Se dirigió a la puerta, que dejaba siempre abierta. La luz grisácea proveniente del comedor bañaba el pasillo. La puerta de Gustav era la primera a la derecha. En la penumbra, apenas se distinguía de la negra pared, pero él sabía perfectamente dónde estaba la habitación de su hijo. Aguzó el oído. Nada… ¿A qué venía entonces aquella opresión en el pecho?

Dio un paso más. Aferró la manecilla de la puerta, la hizo girar y empujó. Experimentó una sensación de frío instantánea. Con la lámpara de la mesita encendida, que emitía una luz azulada, Gustav estaba sentado en la cabecera de la cama. Tenía los ojos desorbitados. Era eso lo que había oído: su hijo había vuelto a tener una pesadilla.

El niño ni siquiera se había dado cuenta de que alguien había abierto la puerta. Tenía la mirada fija en el otro lado del cuarto, en la pared que había frente a él. Servaz quiso acercarse, pero el instinto lo retuvo. De pronto, tenía la sensación de que había otra presencia en el pequeño dormitorio, una presencia malévola e insidiosa. El frío que había sentido lo caló ahora hasta la médula. Volvió la cabeza hacia la izquierda… Despacio. Muy despacio… Como si recelara de lo que iba a descubrir.

—Parece que tienes frío, Martin. Estás temblando —dijo con voz calmada Julian Hirtmann.

Contuvo la respiración, incapaz de apartar la vista del alto individuo plantado un poco más allá del pie de la cama. Su silueta se recortaba contra la claridad gris procedente de la ventana. Martin no podía distinguir los rasgos de la cara sumergida en las sombras, pero sí adivinó los ojillos brillantes como gemas y la sonrisa igual de fina que una herida. Petrificada, irreal, siniestra. No le gustaba la forma en que Hirtmann observaba a su hijo. Ni tampoco la forma en que su propio corazón, recubierto de una película de hielo, bombeaba la sangre y la enviaba a todas las partes de su cuerpo. Quiso decir algo, pero los sonidos se bloquearon en su garganta. Lo invadió una creciente sensación de náusea.

Luego, de repente, se percató de algo más: una segunda presencia, a su derecha… Abrumado por la de Hirtmann, no la había percibido hasta entonces, pero ahora había notado una especie de ínfimo desplazamiento de aire.

Sin pronunciar



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