Herencia peligrosa by Rae Foley

Herencia peligrosa by Rae Foley

autor:Rae Foley [Foley, Rae]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1950-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO XII

A instancia propia, Harland desempeñó el papel de mayordomo, con la asistencia de una Edith malhumorada, para servir la comida.

No hay un ceremonial establecido para los casos de asesinato, y Harland tenía interés en observar cómo se conducía en aquel caso cada una de las personas allí reunidas. Kennedy, valientemente secundado por Pablo, estaba intentando dar una nota de animación normal, que tomó la forma de una broma a costa de Harland en su papel de mayordomo. Tanto Violeta como la señora Harper mantuvieron un silencio de dolorosa desaprobación que hubiera descorazonado casi a todo el mundo.

Alicia Harper estaba, realmente, a punto de desfallecer. Sus ojos parecían dañados y las manos le temblaban de tal modo que los cubiertos tintineaban contra sus platos, y vertió el vino cuando quiso beber. Pablo lo hacía circular copiosamente y Harland pensó que todos ellos bebían demasiado.

Lidia, representando el papel que había asumido voluntariamente, hablaba demasiado alto y reía con exageración. Kim estaba callado y alerta. Ricky se dedicaba a Meredith, con la que sostenía una conversación en voz baja que excluía a los otros y le impedía a ella observar que se esforzaban en hacer como si no estuviese allí.

El comedor había sido proyectado para la vida de verano y estaba incómodamente helado. Por el lado que daba al lago, toda la pared era de cristal, que estaba ahora empañado en toda su extensión. Antes de sentarse, Harland se sombreó los ojos e intentó ver en la oscuridad. Todos se daban cuenta intensamente de su presencia y la inconexa conversación fue cesando a medida que le observaban.

Por último, Kennedy aclaró la voz y le preguntó:

—¿Ve usted algo?

—No; estaba probando de formarme alguna idea del lago —y, sentándose a la mesa desdobló su servilleta—. Verdaderamente, no lo he visto aún. ¿Qué extensión tiene?

—Tiene una forma tan irregular —le dijo Kim— que es difícil calcularla. Unas dos millas de longitud, probablemente; pero, siguiendo el camino, sus buenas siete millas, porque tiene muchas vueltas.

—Buena extensión para recorrerlo en barca —comentó Harland—. He notado que tienen ustedes una colección de embarcaciones.

Violeta hizo un esfuerzo para tomar parte en la conversación.

—Los chicos viven en el agua, en verano. O, por lo menos, vivían cuando eran más jóvenes.

—Esquiamos bastante —dijo Edith—. Venimos los fines de semana, durante la estación.

—¿Sobre el hielo?

—No: el lago es demasiado escabroso para esto.

—Pero ¿se hiela?

—Oh, sí; está helado en este momento.

Después de lo cual volvió a desanimarse la conversación. Estaban fingiendo que comían, pero sus platos quedaban casi intactos.

Inesperadamente, dijo Violeta:

—Después de todo, estamos verdaderamente en Nochebuena. Parece una vergüenza… Supongo que podemos traer aquí los regalos de Navidad.

—No toquemos nada, por ahora —dijo Harland.

—Oh, bien —añadió ella, con un suspiro—. De todos modos, no creo que pudiéramos coger el humor de la fiesta.

Edith soltó una carcajada histérica.

—Mamá —dijo— eres, sencillamente, increíble —y, levantándose, puso algunas pruebas fotográficas junto a Harland—. Me había olvidado de dárselas.

—Gracias —dijo él; y se las metió en el bolsillo. Como nadie mostró curiosidad, dio por entendido que ya las habían examinado.



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