Heliconia - primavera by Brian W. Aldiss

Heliconia - primavera by Brian W. Aldiss

autor:Brian W. Aldiss [Aldiss, Brian W.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
ISBN: 84-450-7054-1
publicado: 1981-12-31T23:00:00+00:00


Los vidriados que duermen

en la nieve profunda,

despertarán en medio de la lluvia,

y abundarán los mielas

de patas larguiruchas

en la llanura estremecida de flores.

—Estás de buen humor. ¿Oyre es buena contigo?

—Oyre es siempre buena.

Se separaron, Vry fue hacia la torre en ruinas donde mostró el regalo de a Shay Tal. Shay Tal examinó el animalito cristalino.

—No es comestible en ese estado. La carne puede ser nociva.

—No pensaba comérmelo. Quiero guardarlo aquí hasta que despierte.

—La vida es dura, querida. Quizá tengamos hambre si Aoz Roon nos acosa. —Miró a Vry un momento sin hablar, como hacía cada vez con mayor frecuencia.—Ayunaré y le haré frente. No necesito cosas materiales. Puedo ser tan dura conmigo misma como él.

—Pero él, en verdad… —Vry no encontraba palabras. No podía convencer a la mujer mayor, que continuó resueltamente:

—Como te he dicho, tengo dos intenciones inmediatas. Primero, haré un experimento para determinar mis poderes. Luego descenderé al mundo de los coruscos para unirme con Loilanun. Ella tiene que saber muchas cosas ignoradas por mí. Según lo que descubra, quizá decida marcharme de Oldorando.

—Oh, no, señora, por favor. ¿Estás segura de que es eso lo que conviene? Juro que iré contigo si te marchas. —Ya veremos. Déjame ahora, por favor. Deprimida, Vry subió la escalera hacia su habitación. Se arrojó a la cama.

—Quiero un amante, eso es lo que quiero y necesito. Un amante… La vida es tan vacía…

Un rato más tarde, se levantó y miró por la ventana el cielo donde navegaban nubes y pájaros. Por lo menos era mejor estar aquí que en el mundo inferior al que Shay Tal quería ir.

Recordó la canción de Laintal Ay. La mujer que la había escrito —si era una mujer— sabía que la nieve desaparecería y que habría flores y animales. Quizá fuera cierto. Algunas observaciones nocturnas habían convencido a Vry de que había cambios en el cielo. Las estrellas no eran fessupos sino fuegos, fuegos que no ardían entre las rocas sino en el aire. Grandes fuegos ardiendo en la distante oscuridad. Si se acercaban, se sentiría el calor. Quizá los dos centinelas se acercaran y calentaran el mundo.

Entonces los vidriados volverían a la vida y se convertirían en mielas de patas larguiruchas, como decía la canción.

Resolvió concentrarse sobre todo en la astronomía. Las estrellas sabían más que los coruscos, por más que dijera Shay Tal. Aunque en verdad era desconcertante no estar por completo de acuerdo con una persona tan majestuosa y digna.

Puso al vidriado en un rincón abrigado, cerca de la cama, y lo envolvió en pieles hasta que sólo el rostro quedó a la vista. Día tras día deseaba que volviera a la vida. Le hablaba en voz baja y lo alentaba. Quería verlo crecer y moverse por la habitación. Pero unos días más tarde, el brillo de los ojos del vidriado se oscureció y se apagó: la criatura había muerto sin haber parpadeado una sola vez.

Decepcionada, Vry llevó el bulto a la cumbre medio desmoronada de la torre y lo arrojó lejos. Aún estaba envuelto en pieles, como un niño muerto.



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