(Hanne Wilhelmsen 03) El Hijo único by Anne Holt

(Hanne Wilhelmsen 03) El Hijo único by Anne Holt

autor:Anne Holt [Holt, Anne]
Format: epub
Tags: det_crime
editor: www.papyrefb2.net


Afortunadamente, Erik Henriksen había tenido la sensatez de llamar a un sacerdote. No se sentía con la madurez suficiente para contarle a una ex mujer y a dos niños pequeños que su papá había muerto. El religioso no había logrado contactar aún, pero le prometió que volvería a intentarlo cuanto antes. Hacía ya una hora y media de eso, así que supuso que ya habría pasado todo. Entonces pensó que Maren Kalsvik debería ser informada de que su preocupación estaba justificada. No era apropiado hacerlo por teléfono. Así que se pasó por el orfanato cuando se dirigía de camino a casa.

Era la hora de la cena, y desde la cocina se oían los típicos sonidos de las comidas: el tintineo del vidrio, el raspar de los cubiertos contra los platos y muchas voces, de grandes y pequeños. Como era habitual, fue Maren Kalsvik quien le recibió. Se quedó helada al verle.

-¿Qué ha pasado? -preguntó asustada-. ¿Ha ocurrido algo?

-¿Podemos hablar a solas? -dijo el agente torpemente, evitando mirar a la mujer.

Le condujo a una especie de sala de reuniones que estaba al lado de la cocina y tenía una puerta que daba a la sala de estar. La mujer se desplomó sobre una silla de oficina y comenzó a tirarse del flequillo.

-¿Qué ha pasado? -repitió.

-Tenía razón -comenzó a decir, aunque se contuvo-. Me refiero a que existían motivos para preocuparse. Él está... -Miró a su alrededor y se dirigió a la puerta para asegurarse de que estaba convenientemente cerrada. Después se sentó en el extremo opuesto de una enorme mesa de conferencias y dijo en voz baja-: Ha muerto.

-¿Muerto? ¿Cómo que muerto?

-Pues eso, muerto -dijo el oficial un poco frustrado-. Se ha quitado la vida. Prefiero obviar los detalles.

-Dios mío...-susurró Maren, poniéndose más pálida que nunca.

Cerró los ojos y se meció con fuerza en la silla sin reposabrazos. Erik Henriksen acudió rápidamente a su lado y logró cogerla antes de que se desplomara en el suelo. La mujer pestañeó y resopló débilmente.

-Todo es culpa mía -dijo, derrumbándose y rompiendo a llorar desconsoladamente-. Todo es culpa mía, solo mía.

A continuación se apoyó en el agente, perplejo por no tener mucha práctica en lo que estaba haciendo. Sin embargo, la abrazó durante un rato.



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