Hammerklavier by Yasmina Reza

Hammerklavier by Yasmina Reza

autor:Yasmina Reza [Reza, Yasmina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1997-01-01T00:00:00+00:00


«YO, QUE SOY DEMASIADO IMPACIENTE»

He hojeado Les Instants d’une vie, sobre Stefan Zweig. He recorrido las páginas, pasando de una foto a otra. La abuela Nanette, el abuelo Hermann, Ida y Moritz, los padres, Stefan a los cinco años, en compañía de su hermano Alfred, la anónima nodriza, Theodor Herzl, Martin Buber, el escritor Hille, que parecería pintado de no ser por el sofá, Stefan estudiante, posando con sus amigos en el Prater de Viena, el escritor Arthur Schnitzler, el escritor Hugo von Hofmannsthal, el poeta Emile Verhaeren, de nuevo Verhaeren con su mujer, Marthe, en Caillou-qui-Bique, Rainer Maria Rilke, Auguste Rodin, Félix Braun, Else Lasker-Schüler, Friderike von Winternitz, de soltera Burger, Stefan Zweig en 1916, en su ficha en el archivo del Ministerio de la Guerra de Viena, Hermann Hesse, James Joyce, Romain Rolland, Friderike y Stefan con su perro pastor Rolfi en el jardín de la casa de la Kapuzinerberg, Sigmund Freud, Arturo Toscanini, Bruno Walter, Richard Strauss, el editor Mondadori, Maxime Gorki, Stefan en compañía de su amigo Joseph Roth en Ostende en julio de 1936, Lotte Altmann, Roger Martin du Gard con Jules Romains y sus respectivas esposas en Niza. Todos muertos. Desconocidos o conocidos, en esas páginas sólo aparecen muertos. Stefan, en su casa de Bath en 1940, está sentado en una butaca tapizada con un motivo de rombos; fuma un cigarro; ante él se adivina una mesita de madera labrada y una lámpara de pie. ¿Qué se ha hecho de la butaca, y de la lámpara, y de los libros que hay al fondo, y de la alfombra…?

¿Han ido a reunirse en la tumba humana con el narrador en yiddish Shalom Asch, Bertolt Brecht, Odön von Horvath, Paul Valéry, Hermann Broch, Klaus Mann y el perro Plucky…?

¿Han ido a reunirse en la tumba humana con la sombra, apenas dibujada sobre la tierra, una presencia tan insignificante como la suya en el transcurso de los siglos, de su fugaz amigo Stefan…?

«Yo, que soy demasiado impaciente.» Dicen que así se definía: «Yo, que soy demasiado impaciente.»

Café Beethoven, sillones de mimbre, ramilletes de espigas de trigo de Rippoldsau, número 8 de la Kochgasse, gafas redondas, manteles, escaleras, casa de la Kapuzinerberg, sillas, mapamundis, trenes, nieve y bruma sobre Salzburgo, barcos, estilográfica Swan de Leverless, aceras de las ciudades: lo cierto es que ya no existís. No porque hayáis dejado de ser —¿quién sabe si vuestra materia o vuestras piedras permanecen aún?—, sino porque habéis dejado de ser importantes, habéis dejado de decir la casa somos nosotros, la silla somos nosotros, el jardín somos nosotros, el puerto, el café, la calle somos nosotros, nosotros somos el universo quimérico del señor Zweig, nosotros, que servimos de decorado a su impaciencia, nosotros, que hicimos para este mortal, durante el destello de un instante, el oficio de tiempo.



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