Genes de muerte by Burton Hare

Genes de muerte by Burton Hare

autor:Burton Hare
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
publicado: 1979-08-31T22:00:00+00:00


* * *

A la mañana siguiente detuvo el coche bajo los álamos que sombreaban la tranquila y señorial avenida. Las casas eran allí de reciente construcción, no muy grandes, pero si de una extremada elegancia y separadas entre sí por grandes lotes de terreno, El verde del césped brillaba bajo los caprichosos arcos de agua de los aspersores de riego.

Delante de uno de los prados de césped había un grupo de personas. Al aproximarse oyó el llanto histérico de una mujer, y las voces airadas de algunos hombres.

Intrigado, Brad se detuvo detrás del grupo y estirando el cuello trató de ver el motivo del tumulto.

No lo consiguió, así que dijo:

—¿Qué ha pasado?

Un hombre de mediana edad ladeó la cabeza. Apenas si se fijó en el preguntón, sólo gruñó con voz colérica:

—Una salvajada incalificable..., una bestialidad, ni más ni menos.

—No comprendo.

—Alguien ha matado al perro de la señora Morse, eso es lo que han hecho.

—Ya veo...

—La pobre... es viuda y no tiene familia. Quería mucho a su perro.

—Ya..., claro.

El hombre rechinó los dientes.

—Le cortaron la cabeza —añadió, antes de volverle la espalda.

Brad sintió un escalofrío.

Rodeó el grupo y al fin pudo ver el cuerpo del perro, y la enorme mancha de sangre que lo rodeaba. También vio la cabeza, tirada un poco más allá del cuerpo, al pie de un rosal que trepaba en torno a la cerca de madera,

El perro había sido un gigantesco dogo azulado, de piel brillante. Un perrazo enorme como para tomarlo en consideración.

Alguien comentó:

—No puede haber sido un hombre solo..., el perro hubiera podido matarlo con una sola dentellada. Fueron varios, seguro.

Algunos asintieron, y una mujer añadió:

—Además, «Tigre» no admitía a nadie en el jardín, a menos que la señora Morse estuviera a su lado. Era un perro que no admitía familiaridades de nadie... de nadie en absoluto.

Brad estaba intrigado,

—Pero ¿intentaron robar algo, forzar alguna puerta...?

—Nada. No se trata de ladrones esta vez.

La mujer, que lloraba irguió su cabeza cana.

—Alguien odiaba a «Tigre»... —balbuceó—. No hicieron nada más que matarlo... y él ni siquiera pudo defenderse. De lo contrario habría señales de lucha en el césped... y yo hubiera oído sus gruñidos desde la casa.

Volvió a llorar. Nadie replicó.

Brad se apartó del grupo. Pensaba en la inútil muerte de aquel hermoso ejemplar de dogo. Y en el hombre que le mató también, claro, porque matar a semejante perrazo de aquel modo no estaba al alcance de cualquiera.

Se desentendió del desagradable episodio tan pronto hubo llamado a la puerta que buscaba. Una mujer alta, delgada, rondando los cuarenta años y conservando todavía una buena parte de su belleza, apareció en el umbral.

Desde allí tendió la mirada por encima de Brad, hacia el lejano grupo de gente congregados en el paseo.

—¿Qué quiere? —murmuró, indecisa.

—Deseo hablar con usted, señora Calhoon...

—Ya no me llamo así. Obtuve el divorcio. Mi hombre de soltera es Rose Levin, pero no veo que eso le interese a ningún desconocido...

Brad se apresuró a dar su elaborada explicación respecto al trabajo que estaba haciendo. Ella le miro con una viva sospecha reflejada en sus pupilas.



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