Galería de piratas y bandidos de América by Gonzalo España

Galería de piratas y bandidos de América by Gonzalo España

autor:Gonzalo España [España, Gonzalo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1992-12-31T16:00:00+00:00


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POR FIN CAYÓ LUCAS. Lo abatieron a la salida del pueblo y se lo trajeron de urgencia al galeno para que tratara de salvarle la vida, pero el matasanos no tuvo nada qué hacer. Le remendó como pudo los veintitantos balazos de Mauser y le amputó el brazo derecho, destrozado por tres proyectiles, el trabajo fue bueno, pero inútil. El alma de Lucas Da Feira, exesclavo, ladrón, violador y asesino, si es que la tenía, escapó por entre las suturas antes que el cura alcanzara a suministrarle los óleos, con lo que se corroboró la certeza de que el muy desgraciado ardería sin remedio en las llamas del infierno.

Era el veredicto justo para alguien que había sido extremadamente malo en verdad. Malo porque sí, por el deseo de dañar, por la morbosa necesidad de exteriorizar un rencor agresivo y profundo. Si una novia marchaba virgen y feliz a la iglesia, a entregarse a su amado, Lucas la raptaba y la devolvía sin virtud; si un comerciante regresaba ufano de una buena feria, Lucas lo despojaba de sus ganancias; si un niño disfrutaba un confite, Lucas se lo arrebataba para chuparlo delante de él; si la gente andaba de plácemes por un nuevo camino, Lucas lo convertía en senda de emboscadas. Lucas, en definitiva, era el diablo, el perverso. Su fin tenía que equipararse al comienzo de la felicidad. Todo ello era muy cierto, aunque la gente olvidaba lo que el mundo le había hecho a Lucas.

Lucas fue el único esclavo de todo el Brasil que no esperó la puesta en vigencia de las leyes de manumisión, pues un año antes del acontecimiento se dio la libertad por su propia mano. La acción no le dejó otra alternativa que la vida del monte, todos los caminos de retorno le quedaron cerrados. De manera que mientras sus congéneres hallaron una nueva condición y pudieron escoger amos nuevos a su gusto, él tuvo que arrastrar el recuerdo del único que había tenido desde siempre, y que no podía olvidar.

El amo de Lucas fue un coronel viejo y gordo. Lo obligaba a trabajar de sol a sol abriendo grandes agujeros en la tierra para plantar matas de cacao. No le revisaba las tareas de tiempo en tiempo, sino que lo acompañaba a todas partes y se sentaba a su lado en una silla plegable. Lucas rompía la tierra a punta de barra y después la echaba afuera a punta de pala. El viejo tomaba limonada, se protegía de la canícula con un parasol y no le quitaba los ojos de encima. A ratos, Lucas hervía en sus agujeros como rata sancochada; a ratos el calor amenazaba sofocarlo. El viejo percibía entonces que estaba por detenerse y comenzaba a gruñir. Un minuto de quietud lo convertía en un lebrel. Pasado este tiempo le ladraba la orden de proseguir, pues no lo consideraba nada distinto a una bestia de carga, y no lo medía por ratos sino por jornadas. Al atardecer contaba los hoyos. Si sumaban menos que el día anterior, Lucas debía reponerlos al siguiente.



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