Fui una niña prestada by Carmela Sánchez

Fui una niña prestada by Carmela Sánchez

autor:Carmela Sánchez [Sánchez, Carmela]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788468518770
editor: Eris Ediciones
publicado: 2017-11-16T00:00:00+00:00


Cada curso en un colegio distinto

Pasé por varios colegios. El primero fue un parvulario, la escuela de doña Acacia, que estaba en la calle Talavera, en pleno casco antiguo de Sierra Verde. Esta escuela desembocaba a la calle Maestra, zona céntrica y cercana a la catedral. El portal del edificio de la escuela tenía una gran puerta de madera, adornada con una cancela acristalada, que estaba custodiada por un magnífico pastor alemán, un animal manso que se dejaba acariciar por todos los niños. Entonces los perros andaban sueltos por las calles y solo, muchos años después, se comenzó a legislar sobre normas y libertad para animales de compañía.

A mí me parecía que aquel gran pastor alemán estaba esperándome cada mañana; aunque era un perro manso y cariñoso triplicaba mi tamaño, pero no me asustaba tocarlo. No sé por qué, pero lo relacionaba con mi pueblo; sé que me entraba añoranza por los míos... recordaba que en mi pueblo había muchos más perros, pero diferentes a este un pelaje tan bonito y suave; la verdad es que con cuatro años aun había visto bien poco. Por otro lado, a mi hermana Azucena le daban miedo los perros. Me hubiese gustado ir con ella a esta escuela y enseñarle a aquel manso animal, decirle que lo tocase porque no hacía nada y era nuestro amigo.

A lo mejor por todos estos anhelos, la maestra les comentó a mis tíos que, de vez en cuando, me ponía a llorar sin aparente explicación; la pobre maestra hacía cuanto podía para calmarme. Esto me lo contó una vez cuando ya siendo más anciana acudió a mi consulta. Me confesó que le hice pasar muchos malos ratos y no entendía la causa.

Para subir a las aulas de la escuela había que acceder por unas escaleras que resultaban demasiado altas para mis cortas piernas; después de subirlas, entrábamos a una gran sala con mesas bajitas y redondas, rodeadas de sillas pequeñas de anea (es curioso como cuando eres pequeño fijas en tu mente el tamaño de los objetos y espacios más grandes de lo que son en realidad).

La maestra, doña Acacia, era una buena mujer, amiga de mi tío Olmo; este tenía amigos en todos lados.

La hija de doña Acacia también estaba de alumna y me sentaron en la misma mesa con ella. Además, recuerdo que la mujer hasta me metía en su cocina y me ofrecía cosas de comer para quitarme aquella pena incontenida que mostraba, pero yo no tenía precisamente hambre de alimentos. A pesar de mis lloros, me gustaba el colegio, aunque no me relacionaba con las niñas. Siempre tenía esa fea polilla en mi cabeza que me hacía sentir diferente. Me aterraba que me hicieran la pregunta que, siempre surgía: “¿Y tus padres?”. Mi respuesta fue el mutismo. En aquellos años no había psicólogos en los colegios y de haberlos habido hubiese sido motivo de estudio; eso sí, recuerdo que era totalmente consciente de mi actitud y que prefería estar sola a tener que dar explicaciones o mentir, que era otra forma de actuar pero que nunca utilicé.



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