Fiódor Dostoyevski by Noches Blancas

Fiódor Dostoyevski by Noches Blancas

autor:Noches Blancas
Format: epub


la abuela estos consejos y me pregunta si el inquilino es joven y guapo? Pero sólo lo pensaba, mientras seguía en mi sitio haciendo calceta y contando puntos. Luego me olvidé de ello. Y he aquí que una mañana vino a vemos el inquilino para recordamos que habíamos prometido empapelarle el cuarto. Hablando de una cosa y otra, la abuela, que era aficionada a la cháchara, me dijo: «Ve a mi alcoba, Nastenka, y tráeme las cuentas.» Yo me levanté de un salto, mborizada no sé por qué, y olvidé que estaba prendida con el imperdible. No hubo manera de desprenderme a hurtadillas para que no lo viera el inquilino. Di un tirón tan fuerte que arrastré el sillón de la abuela. Cuando comprendí que el inquilino se había enterado de lo que me ocurría me puse aún más colorada, me quedé clavada en el sitio y rompí a llorar. Sentí tanta vergüenza y amargura en ese momento que hubiera deseado morirme. La abuela gritó: «¿Qué haces ahí parada?», y yo llora que te llora. Cuando vio el inquilino lo avergonzada que estaba, saludó y se fue. Después de aquello, tan pronto como oía mido en el zaguán me quedaba muerta. Pensaba que venía el inquilino,- y cada vez que esto pasaba desprendía el imperdible a la chita callando. Pero no era él. Ño venía. Pasaron quince días, al cabo de los cuales el inquilino mandó a decir por Fyokla que tenía muchos libros franceses, libros buenos, que estaban a nuestra disposición. ¿No quería la abuela que yo se los leyera para matar el aburrimiento? La abuela aceptó agradecida, pero preguntó si los libros eran morales, porque, me dijo: «Si son inmorales, Nastenka, de ninguna manera deben leerse, porque aprenderías cosas malas.» -¿Qué aprendería, abuela? ¿Qué es lo que cuentan? -¡Ah! -respondió-. Cuentan cómo los mozos seducen a las muchachas de buenas costumbres; y cómo con el pretexto de que quieren casarse con ellas las sacan de la casa paterna; y cómo luego abandonan a las pobres chicas a su suerte y ellas quedan deshonradas. Yo he leído muchos de esos libros -dijo la abuela-, y todo está descrito tan bien que me pasaba la noche leyéndolos. ¡Así que mucho ojo, Nastenka, no los leas! ¿Qué clase de libros ha mandado? -preguntó -Novelas de Walter Scott, abuela. -¡Novelas de Walter Scott! Vaya, vaya, ¿no habrá ahí algún engaño? Mira bien a ver si no ha metido er ellos algún billete amoroso. -No, abuela, no hay ningún billete. -Mira bajo la cubierta. A veces los muy pillos los meten bajo la cubierta. -No hay nada tampoco bajo la cubierta, abuela. -Bueno, entonces está bien. Así, pues, empezamos a leer a Walter Scott y en cosa de un mes leimos casi la mitad. El inquilino siguió mandándonos libros. Mandó las obras de Pushkin, y llegó el momento en que yo no podía vivir sin libros y ya dejé de pensar en casarme con un príncipe chino. Así andaban las cosas cuando un día tropecé por casualidad con el inquilino en la escalera.



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