Félix De Lusitania by Jesús Sánchez Adalid

Félix De Lusitania by Jesús Sánchez Adalid

autor:Jesús Sánchez Adalid
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico
publicado: 2002-01-01T00:00:00+00:00


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Entre el Pretorio de Cartago y la fortaleza militar que se ocupaba de defender el puerto, sumaban apenas quinientos soldados distribuidos en cinco centurias que eran las más antiguas y emblemáticas del África proconsular. El resto de la Tercera Legión Augusta, con su efectivo medio de cinco mil hombres reforzados por gran número de auxiliares, se distribuían entre diversas guarniciones desde Numidia a Byzacena, principalmente en la parte sur. Por eso, para tomar verdadera posesión del mando del ejército que tenía encomendado, debía visitar al menos cada una de las principales cohortes acantonadas en las otras ciudades de la provincia. Aspasio Paterno, recién nombrado también en su cargo, debía a su vez recorrer la extensa área de su gobierno; por lo que nos pareció que lo más oportuno era que ambos hiciésemos juntos el viaje. Así que, después de dedicar un par de semanas a poner en orden algunas cosas y a disponer los preparativos, nos pusimos en camino con la intención de aprovechar la primavera y parte del verano para conocer aquel territorio.

Sería fastidioso que yo enumerase aquí las ciudades de África, dada su abundancia. Baste decir que solo en el valle del Medjerda y sus afluentes no se encuentran menos de treinta y cinco colonias o municipios, y catorce en el valle del Miliana, sin contar el hormiguero de casitas agrícolas y pequeñas poblaciones indígenas que poco tenían de romanas. Nuestro itinerario lo iniciamos, pues, por estos valles, siguiendo las antiguas y cómodas calzadas que ya desde los Severos habían sido ensanchadas y acondicionadas con puentes, instalaciones para postas, fuentes y demás facilidades. Visitamos Thuburbo Minus, Thubursicum Bure y Thibaris; lugares en los que fuimos agasajados y tratados con las máximas consideraciones por parte de los magistrados, senadores y aristocracia local; pero no me detendré en describir estas bellas ciudades levantadas a orillas del río. Aunque no puedo dejar de recordar el nymphaeum; el templo de las Aguas al que se llega entre árboles centenarios, pasando por huertos cobijados por las tupidas hayas, por pasajes de un verde singular al pie de umbríos montes. Sorprende el templo, en forma de hemiciclo, donde dos grandes colectores recogen las aguas que brotan allí misteriosamente y que un inmenso acueducto lleva a Cartago.

Cuando dejamos las orillas del río, algo de aquello me devolvía a Hispania; serían los bosques bajos de lentisco y romero, el canto de la abubilla o el planeo majestuoso de las águilas en el cielo.

Pero África es otro mundo. Los contrastes son tan vivos y tan frecuentes, que la mente te engaña y te parece llevar viajando semanas cuando solo ha transcurrido una jornada. Las tierras negras del bosque de las laderas en su vertiente norte, arbolado por pinos de Alepo, algarrobos y acebuches, se desvanecen al final de las dulces pendientes y se convierten en rojizas arcillas en las bajas llanuras, blanquecinas rocas en los profundos cañones o arenas limpias, como polvo de oro, en los desiertos. En las cimas arraigan los cerezos, entre alcornoques y chaparros de los que brotan extraños pájaros como flechas coloreadas que se pierden en la espesura.



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