Eugenia grandet by Honoré de Balzac

Eugenia grandet by Honoré de Balzac

autor:Honoré de Balzac [Balzac, Honoré de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Roman
publicado: 2011-01-20T21:23:23+00:00


–¡Chitón! No levante la voz; no vayamos a despertar a alguien. Aquí tiene usted los ahorros de una pobre muchacha que no necesita nada. Acéptelos usted, Carlos. Esta mañana no sabía siquiera lo que era el dinero; usted me lo ha enseñado; no es más que un medio; ahora ya lo sé. Un primo es casi un hermano: así es que bien puede usted aceptar los ahorros de su hermana.

Eugenia, mujer y muchacha a un tiempo, no había previsto que su primo rehusase; Carlos permanecía mudo.

–¿Sería capaz de desairarme? – preguntó Eugenia, sintiendo que el corazón le palpitaba en la garganta.

La vacilación de su primo la ofendió; pero al recordar la necesidad que le acosaba, su compasión fue superior a la ofensa, e hincó la rodilla en el suelo.

–¡No me levantaré hasta que haya aceptado usted este oro! – le dijo-. ¡Primo, por Dios, contésteme! necesito saber si me considera usted digna, si es generoso…

Al oír aquel grito de noble desesperación, las lágrimas de Carlos cayeron sobre las manos de su prima que había cogido para impedir que se arrodillase. Al sentir aquellas lágrimas calientes, Eugenia se abalanzó sobre la bolsa y la volcó sobre la mesa.

–¡Sí, sí! ¿Acepta usted, verdad? – dijo ella llorando de alegría-. No tema usted nada, querido primo; será usted rico. Este oro le va a dar suerte; día vendrá que me lo devuelva; además, podemos asociarnos. En fin, yo pasaré por todas las condiciones que usted me imponga. Pero, créame, no dé tanta importancia a este auxilio.

Carlos pudo, finalmente, expresar sus sentimientos.

Eugenia tendría un alma bien mezquina si no aceptase. De todos modos, por algo, la confianza se paga con la confianza.

–¿Quiere usted decir? – óigame, querida prima, tengo la…

Se interrumpió para enseñarle una caja cuadrada que había sobre la cómoda y que estaba envuelta en una funda de cuero.

–Aquí, ve usted, tengo algo que me es tan precioso como la vida. Esta caja es un regalo de mi madre. Desde esta mañana estoy creyendo que si ella pudiese salir de su tumba, vendería sin vacilar, el oro que su ternura prodigó en este necessaire; Pero si yo llevase a cabo tal acción creería cometer un sacrilegio.

Eugenia, al oír tales palabras, apretó convulsivamente la mano de su primo.

–No -continuó él después de una ligera pausa durante la cual cruzaron una mirada velada por las lágrimas-, no; yo no quiero ni destruirla ni exponerla en mis viajes. Querida Eugenia, usted será su depositaria. Jamás un amigo habrá confiado a otro nada tan sagrado. Juzgue usted misma.

Fue a coger la caja, la sacó de su funda, la abrió y, lleno de tristeza, la enseñó a su prima, que quedó maravillada, un necessaire en que el trabajo daba al oro un precio bien superior al de su peso.

–Lo que está admirando usted no es nada – dijo apretando un resorte que destapó un doble fondo-. Aquí está lo que para mí vale más que el mundo entero.

Sacó dos retratos, dos obras maestras de Mirbel, ricamente orlados de perlas.



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