Esta herida llena de peces by Lorena Salazar Masso

Esta herida llena de peces by Lorena Salazar Masso

autor:Lorena Salazar Masso
La lengua: spa
Format: epub
editor: Editorial Tránsito
publicado: 2021-02-15T00:00:00+00:00


5

Los niños no buscan figuras en las nubes, no les importa; el juego aquí, y en todo el Chocó, es bañarse en el aguacero. Es la única tierra en la que el sol no es león. Las nubes reclaman lo suyo: atención, que hablen de ellas como del calor. Llueven cuando dan las cinco de la tarde; chocan, descargan rayos que parten árboles en mitad de la selva.

Desde la canoa vemos el llegadero: una estructura de madera que nace entre dos casas, verde y amarilla, y se adentra en el río. Nadie se atreve a llamarlo puerto. Afuera de la casa verde, en una silla de plástico, una mujer se come una guama. Qué fortuna tener el Atrato a los pies, mirarlo como a un reptil sedado: con miedo y curiosidad.

Amable pisa el llegadero con Rossy dormida en sus brazos. Finge dureza, derecho y rígido se agarra del mal consejo de alguna abuela: los hombres no lloran, no sienten, no descansan, aunque llueva. Pobre Amable, los nervios se le asoman por la ventana, quiero decirle que puede llorar. Visto al niño, agarro mi bolso y nos bajamos junto al resto de pasajeros. Entregada a la guama, la mujer de la casa verde se come la carne y escupe las pepas. Ni siquiera mira. Llevamos un bebé muerto en la barriga de una mujer y ella no mira.

La lluvia esconde a la gente en las casas. Caminamos rápido, en fila, por una callecita empantanada. El niño da pasos cortos, dice que tiene chichí, que no aguanta más. Pido a todos que me esperen un momento mientras el niño hace chichí junto a un árbol. Termina y avanzamos: la conductora, Amable cargando a Rossy, y el resto detrás: una procesión de personas tristes. Pasamos junto a ocho casas y nos detenemos frente a una de madera que parece el dibujo de un niño, la conductora toca la puerta: «Hermana, ábrame, traigo una muchacha enferma». Una blanca abre y se echa la bendición al ver a Rossy. Nos da paso. Con la mirada y un movimiento ligero —ni siquiera se le mueve el pelo corto— le indica a Amable que la habitación está al fondo, ella lo sigue y se pierden en el corredor oscuro. Mary se queda afuera esperando a que su hermana despierte. Los demás pasajeros nos adueñamos de la sala, algunos alcanzan silla, se acomodan en el comedor redondo de cuatro puestos, otros en bancas que miran hacia una mesita sobre la que descansa un armadillo de madera. Carmen Emilia se sienta en la única mecedora que hay; el niño y yo, en el suelo. Nos secamos el agua lluvia con toallas que nos trae otra mujer, blanca también. La conductora nos cuenta que son monjas, llegaron hace un tiempo a liderar una misión comunitaria. Pasan una semana en Tagachí y otra en Bellavista. A las monjas que visitan la selva les permiten abandonar el hábito religioso durante la misión. Usan shorts, camiseta y sandalias.

Cuando tengo miedo cargo al niño, necesito el peso encima de mi vientre.



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